martes, 14 de abril de 2015

Eduardo Galeano: La belleza de las cosas




Dicen que ya desde temprano se conocía la noticia, que Montevideo es una ciudad pequeña, que cómo no iba a saberse que en un sanatorio de la capital había muerto Eduardo Galeano. Pero nadie dijo nada. En las redacciones esperaron a que la familia confirmara lo que todos sabían. A las diez de la mañana, la tristeza se hizo pública, se hizo nuestra.

Nació en Tacuarembó, el 3 de septiembre de 1940. Vivió en Uruguay hasta que, luego del Golpe de Estado de 1973, lo encarcelaron. Poco después logró salir del país para refugiarse en la Argentina. En 1976 tuvo que huir otra vez; su nombre estaba en las listas de condenados. El destino fue España. Sólo en 1985 volvería a Uruguay.

Antes de ser escritor, Galeano fue pintor de carteles, obrero en una fábrica de insecticidas, mecanógrafo, cajero en un banco y mensajero. Sus primeros trabajos como periodista no tenían relación con las palabras: siendo adolescente dibujó caricaturas en el diario El sol. Su seudónimo para esos trazos era Gius. Siempre firmó sus escritos con el apellido de su madre.

Si hubiera que definir el trabajo de Galeano, la palabra precisa sería “cronista”. Un cronista detallado de la belleza. Y, como decía David Hume, “la belleza de las cosas existe en el espíritu de quien las contempla”.

Cuando en 2011 le entregaron el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de La Habana sus anfitriones lo definieron como “un recuperador de la memoria real y colectiva sudamericana”. Hasta último momento Galeano puso en juego su voz para defender aquello que consideraba justo y para denunciar los males del mundo. El 4 de diciembre de 2014 publicó, en su última contratapa en Página 12, un artículo sobre los 43 estudiantes desaparecidos en México. La semana pasada firmó un documento manifestando su desacuerdo con el decreto de Estados Unidos que califica a Venezuela como una amenaza.

En ámbitos académicos suele decirse que Galeano es un escritor “para principiantes”. Como si fuera alguien que en cierto momento deberíamos dejar atrás. Quién sabe de dónde ha surgido esa idea. Galeano es sencillo. Y, en literatura, no hay nada más difícil que lo sencillo. Tenía algo de niño pero no era ingenuo. Quizás estamos demasiado acostumbrados a que la lucidez provoque amargura. Él era capaz de ver la maravilla aun siendo consciente de lo terrible. Galeano y su voz grave, sabiendo decir lo que antes había escrito con ese modo tan suyo de jugar con el lenguaje, de llevarlo suavemente a mostrar su verdad escondida.

Supo hacernos comprender que contar una historia siempre implica una visión del mundo. Que no hay relatos inocentes. Que hay que ser valientes, aunque nos hayan educado en el miedo. Supo darnos la medida de nuestra insignificancia y nuestra trascendencia: sólo un segundo en la enorme eternidad del tiempo pero, a la vez, un segundo que puede cambiarlo todo.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en La voz del interior





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