sábado, 4 de abril de 2015

Underground - Haruki Murakami





Esto no es una novela

En “Underground” el escritor japonés Haruki Murakami aborda con herramientas periodísticas los atentados con gas sarín en el subterráneo de Tokio.

Es la mañana del lunes veinte de marzo de 1995. Una mujer demora en salir de su casa. Tiene un mal presentimiento. El fantasma de su abuelo se ha puesto a caminar en círculos creando una especie de cerca a su alrededor, como si quisiera decirle que es mejor quedarse. Aun así, decide salir. Un rato después cinco miembros de la secta religiosa Aum liberan gas sarín en diferentes vagones del subterráneo de Tokio. Lo que se ve puede describirse como un infierno. Cientos de personas derrumbándose. La pérdida de visión, el aturdimiento, las náuseas, la fiebre, las jaquecas, el sudor frío, los temblores, la dificultad para respirar. Doce muertos y cinco mil afectados.

Un empleado ferroviario ve morir a su compañero. El chofer de un canal de televisión decide cargar en su furgoneta a algunas de las víctimas. En la puerta de los hospitales hay gente informando que ya no queda lugar disponible. Se supera toda capacidad de respuesta. Las ambulancias no alcanzan, los médicos no saben qué tratamiento aplicar, la policía está desorientada, hay miles de personas buscando ser atendidas.

El escritor japonés Haruki Murakami abandona la ficción para ocuparse de los atentados de Tokio. Meses después de lo sucedido comienza a entrevistar a personas afectadas por el gas sarín. Busca “entender Japón a un nivel más profundo”. Una vez obtenidos esos testimonios su intervención es mínima. Lo que encontramos es la voz de las víctimas. Empleados, vendedores, militares, comerciantes, jubilados, imprenteros, electricistas, contadores, científicos, una profesora, un chico que va al colegio. Hombres y mujeres entre los 15 y los 65 años. Gente que sufre  una doble violencia: la de los atentados y la posterior incomprensión de la sociedad.

A esos testimonios se agregan entrevistas a un psicólogo que atiende los efectos del estrés post traumático, un abogado que intentó advertir a la policía la inminencia del atentado, familiares de víctimas que no pueden comunicarse o que han fallecido y un médico con experiencia en gas sarín que se ocupó de llamar personalmente a todos los hospitales que recibían a los afectados.

El libro, publicado en Japón en 1997, lleva el subtítulo “El atentado con gas sarín en el metro de Tokio y la psicología japonesa”. Más allá de lo que analiza Murakami en el epílogo, leyendo lo que dicen las víctimas uno logra hacerse una imagen de la sociedad japonesa. Ciertas cosas se repiten, se dan por sentadas, se consideran naturales. En un país donde el desorden es visto como una falta, muchos transeúntes no ayudaron a las víctimas creyendo que se trataba de borrachos. La pregunta que parecen haber tenido en mente es “¿qué tiene que ver esto conmigo?”. Uno de los entrevistados detalla: “Alguien agoniza tirado en medio de la calle y nadie dice nada. Sólo te esquivan.” Algunos de los afectados por el gas se preocupaban por la vergüenza de vomitar delante de otros. La corrección llevada a un extremo que violenta las necesidades del cuerpo. El deseo de no hacerse notar; todos obedeciendo ese antiguo refrán que dice que el clavo que sobresale es el que recibe el martillazo.

El temor de exponer lo que se consideran “debilidades” hizo que muchas personas creyeran que lo que les estaba pasando era algo individual (“debo haber dormido poco”, “me he resfriado”). Por eso demoraron en reaccionar y pedir ayuda. Una ayuda que, por otra parte, tardó mucho en llegar porque los sistemas de emergencia colapsaron. ¿Cómo funciona la mente de una persona que ve a otros desmayarse y empieza a descomponerse pero no puede poner en relación ambos hechos? ¿Qué dice eso de la sociedad en la que vive? 

La principal preocupación de la mayoría de los entrevistados fue llamar al trabajo y avisar que estaban demorados. Aún en ese escenario dantesco, hubo muchos que buscaron un teléfono público. Uno de ellos llegó a decir: “Ha habido un ataque terrorista. Llegaré tarde.”
Justamente estas características de lo que Murakami llama la “psicología japonesa” pueden servir como herramienta para comprender cómo y por qué surgió en ese país una secta como Aum. El escritor alerta sobre los riesgos de analizar los hechos en base a una distinción dicotómica entre “nosotros” y “ellos”. Ese “ellos” que provoca horror (la secta Aum) surgió de ese “nosotros” que es la sociedad japonesa para el autor.  

La segunda parte de este trabajo (“El lugar que nos prometieron”) es en realidad un libro que Murakami publicó un año después de Underground. Allí se presentan entrevistas a ocho personas relacionadas de diversos modos con la secta Aum. Entre ellos hay miembros activos y gente que se alejó del grupo por tener una visión crítica. Es un buen complemento de la primera parte y ayuda a abordar el tema de los atentados con mayor complejidad.


Eugenia Almeida

Publicado originlamente en Ciudad X










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