sábado, 16 de enero de 2016

Las olas del mundo - Alejandra Laurencich




Relatos en la tormenta

Es el verano de 1976. Andrea tiene 12 años. A su alrededor, los adultos repiten una y otra vez lo que parece inexorable: el gobierno de Isabel termina, los militares están a punto de tomar el poder. El cambio que se avizora es celebrado por muchos con fervor y entusiasmo. La vida familiar es la estructura en la que van encajando las piezas de la historia: una abuela eslovena “de misa diaria”, una madre anglófila pero peronista, un padre silencioso, un hermano con inquietudes políticas.

Durante sus vacaciones en Mar del Plata Andrea conoce a Malena Kunster, una chica dos años mayor que ella por la que se siente atraída con la potencia y la fascinación que tienen algunas amistades en la adolescencia. Malena fuma sin esconderse de sus padres, tiene seguridad, soltura y una extraña mezcla de encanto y crueldad que deslumbra a Andrea. La mención de Spinetta se convierte en un lazo que las une; el músico es una suerte de figura mítica, inalcanzable, casi divina.

El 24 de marzo de 1976 Andrea cumple 13 años. Y ese día se desata la tormenta que venía anunciándose: las botas, las persecuciones, la gente que desaparece, las huidas, el exilio, el silencio, las delaciones, las sospechas, la desconfianza, los rumores y el miedo. Los autos con las luces apagadas recorren las calles de los barrios; en las casas, las familias buscan en las bibliotecas aquellos libros que van a tirar al fuego. En el colegio también reina el autoritarismo; las monjas reproducen un orden que se vuelve asfixiante y destruye la frontera entre lo social y lo íntimo.

Andrea habita su cotidiano con un personaje que ha inventado uniendo retazos de Spinetta, Don Diego de la Vega, Paul Getty III, Cristo y Mick Jagger. “Él” se va convirtiendo de a poco en una herramienta que ayuda a procesar todos los cambios que impone el mundo. El trabajo detallado de construir un relato es, quizás, lo que sostiene a esa adolescente en un cotidiano que se derrumba y se deshace. ¿Cuántas historias debemos contar(nos) para poder soportar la realidad? ¿Cómo nos salva esa construcción de aquello que no puede ponerse en palabras?

Poco a poco Andrea va perdiendo el mundo conocido: los amigos desaparecen o sus familias se mudan sin dejar la nueva dirección. Su hermano escapa a Italia, su abuela muere, su madre se enferma. En el relato de cada día se evidencia el modo en que las desgracias nos envejecen, nos debilitan, nos vuelven frágiles. Un secreto y un papel escondido en el bolsillo de una campera se vuelven los detonantes de largas preguntas sobre la responsabilidad, los errores, lo irreparable y la culpa.

28 años después, Andrea se encontrará en una encrucijada, en el momento impostergable de enfrentar quién fue y en quién se ha convertido. Los recuerdos,  escondidos y amordazados, reaparecen por cada grieta que ofrece el presente. Una vez más, la escritura le permitirá entrar y salir de ese laberinto.

“Un talento se construye en soledad; un carácter, frente a las olas del mundo”. Con esa frase de Goethe se abre esta novela que, justamente, pone en escena el mecanismo por el cual lo que somos surge de lo que hacemos frente a lo que sucede.

No sólo se habla aquí de la potencia del arte como catalizador de la experiencia sino también del modo en que nos relacionamos con los demás, la delicada red de lazos en los que se cruzan el compromiso, la lealtad, el perdón y la posibilidad de construir nuevas lecturas del pasado.

Alejandra Laurencich nació en Buenos Aires en 1963. Formada en Bellas Artes, es narradora, guionista y maestra de escritores, una faceta de la que puede disfrutarse en su libro El taller. Nociones sobre el oficio de escribir. A fines de  2011 creó La Balandra. Otra narrativa, una de las revistas literarias más interesantes que se publican actualmente en nuestro país. Todo el trabajo de Laurencich –como escritora, como maestra y como directora de La Balandra– evidencia una concepción democrática de la cultura y la convicción de que todos tenemos derecho a crear y a disfrutar los bienes culturales. 

Alguna vez contó que empezó a escribir siendo muy joven. Todos los días, con un promedio de trabajo de seis horas por jornada, la máquina Underwood repicaba pasara lo que pasara. Después de un trabajo sostenido de dos años y medio, terminó su primera novela: un enorme manuscrito de 800 páginas que no llegó a publicarse. Quizás en esos días ya estuviera latiendo el gérmen de ese carácter que se ha ido construyendo “frente a las olas del mundo”.



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



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