jueves, 7 de julio de 2016

Y tú no regresaste - Marceline Loridan-Ivens





La superviviente

“A pesar de lo que nos sucedió, yo he sido una persona alegre; tú lo sabes. Alegre a nuestra manera, para vengarme de estar triste riéndome de todos modos.” 

Esas son las primeras frases de Y tu no regresaste, el segundo libro de la cineasta francesa Marceline Loridan-Ivens. Y en esas palabras están las coordenadas de esta historia: una larga carta que una mujer escribe a su padre, muerto setenta años atrás. Ambos, víctimas del horror nazi en la Segunda Guerra Mundial. Él, nunca regresó. Ella, la niña detenida a los 15 años, pudo resistir. La carta se abre hablando de cierto tipo de alegría, la que se usa como un arma, como un escudo contra la tristeza. Comienza diciendo “tú lo sabes”; busca en el otro el testigo que sostenga; no sólo el interlocutor sino el que puede comprender, el que da existencia. Una carta al ausente. El que falta pero, al mismo tiempo, está presente.

Por esos años Marceline Loridan-Ivens se llamaba Marceline Rozenberg. Era una adolescente. Cuando los nazis llegaron hasta su casa y la detuvieron junto a su padre, ella trató de conservar la calma. En la estación de trenes dijo: “Trabajaremos en ese lugar y volveremos a encontrarnos el domingo”. A esa frase su padre respondió: “Tú sí volverás porque eres joven, pero yo no regresaré”. 

Fueron llevados a los campos. Él, a Auschwitz; ella, a Birkenau. Dos territorios separados por sólo 3 kilómetros que resultaban inconmensurables porque padre e hija estaban perdidos en “la insoportable incertidumbre sobre lo que le ocurría al otro”. 

78750. El número que le graban en el brazo. Marceline es convertida en víctima pero también en obrera de esa espantosa línea de producción: revisar la ropa de los muertos, cavar zanjas donde quemar cadáveres y construir rampas en las entradas de los crematorios. Los prisioneros pasan a formar parte de una maquinaria que, cuando agote su fuerza de trabajo, va a destruirlos con la misma estructura que fueron obligados a perfeccionar. Una maquinaria que aplasta hasta que logra hacerle decir a una chica de 15 años “ya no había humanidad en mí (…) yo estaba al servicio de la muerte”. 

Luego de contar parte de su experiencia en el campo de concentración, Loridan-Ivens aborda un momento histórico muchas veces omitido en los relatos de los supervivientes: el regreso. El intento de volver a encajar en una sociedad que –por acción u omisión– permitió el horror y luego prefirió olvidar. Una sociedad a la que cualquier recordatorio le resultaba amenazante porque vivía una “posguerra amnésica y antisemita que se regodeaba en el cuento de una Francia heroica.” 

Marceline aprende una nueva forma de la supervivencia: el silencio. Su propia madre está entre aquellos que no quieren saber; ni siquiera va a buscarla a la estación de trenes cuando le dicen que ha sido liberada.

Es su tío Charles el que la alerta sobre la soledad que trae la incomprensión de los otros, los que no quieren oír, los que “no entienden nada”. Marceline tiene 17 años. No volverá a la escuela. Va a convertirse en cineasta; en una mujer que, ante los papeles administrativos relacionados con la guerra, dice: “yo no me creo nada de la historia oficial escrita por Francia”.

Dos de sus hermanos se suicidan; dos personas a las que también “mataron los campos sin haber estado nunca en ellos”. Quizás porque, como dice Loridan-Ivens, “siempre les faltaron las palabras que pudieran acompañarlos, que les indicaran cuál era su lugar en esta historia y en este mundo”. Ella, por el contrario, supo encontrar esas palabras y ahí se afirma, aun en la tempestad, cuando dice: “Soy la superviviente”. Una mujer de 86 años que escribe una carta postergada; una de las 160 personas “que todavía viven de entre los 2500 que regresaron”. Una de los 76.500 judíos de Francia llevados a Auschwitz y Birkenau. 

Y tú no regresaste es un libro breve y extremadamente potente. El lenguaje no alcanza para expresar lo indecible; posiblemente por eso Loridan-Ivens se limita a narrar, a describir, a detallar. Y es en esa sobriedad que las palabras se vuelven efectivas. El relato parece anular el tiempo transcurrido entre el momento en que padre e hija se vieron por última vez y el instante en que lo vivido se vuelve escritura.

Libros como este son necesarios no sólo para conservar la memoria sino también como un modo de llamar la atención sobre situaciones actuales que implican el sometimiento, la opresión y la ejecución de miles de personas en diferentes partes del mundo.



Eugenia Almeida


Publicado originalmente en Ciudad X



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