lunes, 10 de abril de 2017

Kafkas - Luis Gusmán






Artistas del trapecio   

Actuamos cotidianamente como si supiéramos quiénes somos y quiénes son los demás. El concepto de identidad al que recurrimos es un amuleto falso. Ya desde el título de este libro, Luis Gusmán parece decir que no va a dar por válida esa construcción social que presenta a las personas como figuras planas que pueden ser explicadas fácilmente. El autor introduce el plural y marca el territorio: va a hablar –va a escribir– sobre la multiplicidad. Ese ha sido siempre el espacio que Gusmán visita y recrea en su obra: los dobles, los espejos, los reflejos, la alteridad, lo que está aquí y allí en su imposible pero real existencia.

En la tapa se ve a Kafka sentado junto a un perro. Una de las manos del escritor está apoyada suavemente sobre sus piernas. La otra reposa sobre la cabeza de animal. El rostro de Kafka se ve claramente. El perro aparece borroso, como si fuera alguien venido del mundo de los sueños. También allí hay una clave de lectura: la nitidez o la bruma están determinadas por la mirada. 

El libro está dividido en tres partes (“El escritor”, “Sus papeles” y “El artista”), a su vez desglosadas en capítulos encabezados por una o más citas. Gusmán pone esas palabras (las suyas, las de Kafka, las de otros autores) en una red de tensiones y encuentros. 

Gusmán tiene un modo de abordar la figura de Kafka como si fuera una voz que narra un sueño. Va, vuelve, retoma algo que ha quedado olvidado, juega con relaciones lejanas hasta que consigue hacernos ver que eso que parecía casual es en realidad esencial; propone recorridos hechos en un escenario  onírico en lo que todo es lo que es pero también otra cosa.

El libro recorre diferentes aspectos de la vida y la obra del gran escritor checo. Para empezar, el peso de la letra K como inicial de un nombre que no llega a formularse y lo que cabe en esa omisión. 

Todo en Kafka hace pensar en una lucha. Una lucha infinita, desmesurada, imposible. Una lucha hecha en el aire, como sólo podría hacerla un artista del trapecio, alguien que ya no tiene lugar, que debe buscar lo propio en la incomodidad, en el movimiento, en desplazarse siempre tras algo que está más allá. La realidad se presenta como impedimento. Él resiste. Reconoce la enormidad de la lucha, sufre. Pero resiste. Le otorga una enorme importancia a los sueños. Los anota. Va creando con ellos, según dice Gusmán, una “autobiografía paralela y nocturna”. Todo parece ser un juego de fuerzas entre la vigilia, la somnolencia, el soñar y el insomnio. La otra cara de su conflicto esencial: la necesidad imperiosa de escribir y la imposibilidad de hacerlo.

Kafka es puro cuerpo. La escritura es una actividad física; algo que exige un gasto energético casi insoportable. El autor checo busca una y otra vez un lugar propicio para escribir, una posición que permita aunar cuerpo y escritura  sin que el nexo entre uno y otra sea el dolor físico.

Escribe cartas. Desespera ante la falta de respuesta. Entra en una espiral desquiciada. Se queja de que las cartas le impiden escribir, propone suspender la correspondencia pero incluso esa propuesta toma la forma de una carta. Escribe sin parar quejándose de que no puede escribir. Como si no pudiera ver en las cartas una versión posible de la escritura.
Kafka parece estar siempre acorralado por la imposibilidad. Se asfixia en la permanente falta de tiempo. Lo desvela la necesidad de “comunicar lo incomunicable”. 

Gusmán va incorporado elementos como lo haría un malabarista que, en cada gesto, agrega algo más en qué reparar, algo más para formar esa totalidad que flota gracias al talento del artista callejero. Sin dudas, Kafka es uno de los escritores claves de la historia de la literatura. Quizás porque logró darle cuerpo a ciertas realidades que nadie había podido nombrar con tanta precisión, hay algo en él que siempre permanece como misterio. 

Luis Gusmán nació en Buenos Aires en 1954. En 1973 su primera novela, El frasquito, produjo un gran revuelo por su vanguardismo. Ese mismo año fundó la revista Literal junto a Osvaldo Lamborghini y Germán García. Visitante asiduo de las librerías de usados, durante una época trabajó como librero. Psicoanalista de profesión, ha escrito una larga obra que incluye cuentos, novelas y ensayos en los que suele jugar con una de las herramientas del psicoanálisis: la asociación. El derivar de una cosa a la otra con la convicción de que hay ahí, en el dibujo que subyace a ese movimiento, una verdad que sólo puede ser abordada desde el misterio y nunca desde la explicación.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X





No hay comentarios:

Publicar un comentario