La mujer que ríe
Asesinatos, chantajes, mentiras, extorsiones, prostitución, amenazas, autoritarismo, delitos, violaciones, engaños, adicciones, esclavitud, sacrificios, desprecio, locura, maldad, destrucción, plagas, castigos, tortura, conspiraciones, violencia, sequías, inundaciones, incestos, sumisión y crueldad. La Biblia, más allá de ser un libro sagrado para millones de personas, es una enorme antología de historias truculentas.
Desde Saramago a Norman Mailer, diversos escritores han revisitado las historias bíblicas. Sergio Ramírez se suma a este grupo con su última novela, Sara, donde ofrece su propia versión de la historia de la mujer conocida como “la esposa de Abraham”.
Abraham es el destinatario de los misteriosos mensajes de un ser al que hoy, en nuestra cultura, llamaríamos dios pero al que Sara ha bautizado el Mago. Para ella, el Mago no hace más que dar órdenes ridículas y mentir prometiendo cosas que nunca cumple. Aun así, Abraham obedece cada una de sus exigencias. El Mago es invisible o busca la estrategia del disfraz. Sólo Abraham puede escuchar su voz ya que, según le ha dicho, es su “elegido”. Lo que no queda claro es si eso es una bendición o una condena.
Sara está cansada de escuchar una y otra vez que la descendencia de Abraham será numerosa. Reclama ser oída por el Mago, señalándole todo lo que ella ha hecho sólo porque él lo ha ordenado. Pregunta cuándo va a honrar su promesa. En un monólogo solitario, Sara pregunta: “¿Qué más quieres de mí? Pero dímelo directamente, de modo que yo pueda escucharte y tú me escuches a mí.” Lo que pide no es algo fácil de conceder: diálogo. La posibilidad de un intercambio, de un encuentro real.
Cuando Sara oye –otra vez– la eterna promesa de que quedará embarazada, reacciona con uno de los gestos más subversivos que uno puede tener ante la autoridad: se ríe. Y eso, por supuesto, molesta al Mago.
En una de sus novelas, Milan Kundera define el origen de la risa a través de una leyenda que incluye ángeles y demonios. Según el autor, la risa pertenece a la esfera de diablo: se trata de un gesto que delata el sinsentido; con ella descubrimos que los órdenes del mundo no son tan naturales como creemos. Por eso mismo, implica una actitud de rebeldía.
Sara ríe. Sara desobedece. Reconoce que sus acciones tienen consecuencias sobre el mundo. En eso, se distancia de Abraham, que sólo se mueve para complacer a esa deidad caprichosa; una entidad omnipresente que interviene despóticamente en la vida de los humanos. El Mago, a ojos de Sara, es un abusador, alguien que adora manipular, someter y torturar a sus criaturas. Lo que Abraham lee como una voluntad incuestionable, para Sara son los gestos de un ser soberbio, desentendido, arbitrario, cruel, impredecible, olvidadizo, vengativo, desleal, rencoroso, falso y mentiroso. Un dios que llega al límite de pedir como ofrenda que un padre asesine a su hijo.
Abraham tampoco es un dechado de virtudes: entre muchas otras cosas, ha hecho que Sara se prostituya con el Faraón de Egipto y con Abimelec, el rey de Gerar.
La historia de Sara y Abraham está anudada a la historia de Lot, aquel que, antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra, ofreció a una turba de violadores sus dos hijas vírgenes sólo para cumplir con su idea de hospitalidad y proteger a sus huéspedes. Por supuesto, dentro de los parámetros bíblicos eso cuenta como virtud y no como monstruosidad. Por lo tanto, a Lot y a su familia se les ofrece la salvación siempre y cuando cumplan al pie de la letra las instrucciones. Otra vez, la que desobedece es una mujer.
Al hablar de Sara, Sergio Ramírez declaró que su intención era "moldear la figura de un personaje al que le toca enfrentar tempestades, con un destino errante y un marido dócil al poder, en una sociedad donde la mujer era excluida y no tenía ningún papel relevante".
Leyendo este tipo de libros uno no puede evitar preguntarse cómo serían los relatos de la Biblia si hubieran sido escritos desde otro punto de vista y cómo sería nuestra cultura si esas historias fundacionales hubieran sido construidas por otras voces.
La prosa de Ramírez es de una claridad y una belleza fuera de toda duda. El escritor nicaragüense siempre hace un uso pleno, luminoso y fresco del lenguaje. Vuelve a aparecer aquí un humor zumbón que devela aquello que la solemnidad suele dejar en la sombra.
Sergio Ramírez nació en Nicaragua en 1942. Desde 1977 participó en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que combatió el régimen de Somoza. Después del triunfo de la revolución, en 1979, formó parte del Gobierno. Fue electo vicepresidente en 1984. En 1996 se retiró de la política. Su trabajo como escritor es clave para comprender la literatura latinoamericana.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
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