Hay ciertos momentos en la vida en los que la frecuencia de lectura –por alguna razón– crece de un modo inusitado. Puede ser por trabajo pero también por un desengaño, una pasión, un frenesí, la desesperación, la búsqueda de consuelo. Con ese cambio comienzan a pasar cosas. Si de uno o dos libros semanales se salta a un libro por día, el efecto es inmediato. ¿Es cansancio? Quizás. Un cansancio feliz, el que puede sentirse después de nadar durante horas. ¿Es un trastorno? Posiblemente. Una especie de pesadez entre la nuca y la garganta, un pozo en el pecho, cierta alegría aturdida, una somnolencia lúcida, un efecto narcótico que abre las puertas de la percepción.
Hace unos años, en una misma semana, leí un libro de Fred Vargas y otro de Pablo De Santis. En ambos, un poema de Gerard de Nerval –“El desdichado”– se convertía en algo central. Me pregunté cómo leyendo un libro francés y otro argentino podía encontrar la misma cita, el mismo poema. Qué probabilidades había de encontrarlo dos veces en una semana. Me pregunté si no había ahí un mensaje. Algo que yo debía leer. Hay muchas respuestas posibles. Desde las sarcásticas hasta las espirituales. Dicen que tomar cada cosa como un signo de algo es una de las puertas de la locura.
Cada uno de los libros que he leído para reseñar en los últimos meses ha ido dejando un germen, un huésped, un virus. Algo que, días después, va a brotar y a expandirse en la lectura de otro libro. Comienza una red extraña, invisible hasta entonces, que explica o hace intuir algo que no puede ponerse en palabras. Se empiezan a ver lazos que unen una cosa con otra, lazos que permiten algo, no se sabe qué, juegos extraños que consisten en construir, involuntariamente, constelaciones. Sabemos que las estrellas pertenecen a un caos perfecto. Pero necesitamos ordenar eso, darle una forma que podamos nombrar, aun si ese nombre –“la Osa Mayor”, por ejemplo–, no existe en la realidad sino en nuestra fantasía.
Leo en El genio y la locura, de Philippe Brenot, reflexiones sobre los diversos trastornos mentales que han sufrido algunos artistas. Se ha hablado mucho de la locura de los escritores. ¿Y la locura de los lectores? Y entonces pienso, inevitablemente, en Don Quijote de La Mancha. Y me sonrío. Claramente, este estado es irreversible.
Publicado originalmente en Ciudad X
Muy genial lo tuyo, Euge. Te voy siguiendo y cada día me despierta más admiración tu escritura, tu análisis y tu sensibilidad.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Nancy!
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