miércoles, 11 de febrero de 2015

Léxico de afinidades - Ida Vitale







¿Qué es lo que guardan las palabras? ¿Cómo el mismo dibujo sobre el papel, el mismo sonido flotando en el aire puede producir estados tan diferentes? ¿Qué significan esas sustitutas creadas para nombrar? ¿De dónde viene esa cadena de asociaciones que arrastra cada palabra, locomotora extraña que trae ecos, imágenes, perfumes, tensiones, recuerdos, sueños? ¿Cuál es el secreto de estos signos que comprimen un universo y que, al ser pronunciados, se expanden salvajes e incontrolables?

Dice Ida Vitale que siempre estamos buscando el modo de organizar el caos del mundo. Y que entre los sistemas clasificatorios, el alfabético es el más inocente. Y luego comienza a jugar, eligiendo aquellas palabras que construyen su propia constelación de afinidades, escribiendo sobre el espacio que las rodea. Como resultado de ese juego llega este libro, un diccionario hermosamente inútil que no explica nada pero abre puertas, iluminando.

La primera palabra que propone la escritora uruguaya no es casual: “Abracadabra”, la clave que permite que la magia sea. Luego vendrá un recorrido que para el lector es azaroso: ¿por qué el paso de “Fantasma” a “Fuego”?, ¿cuántas cosas por decir quedan en ese salto? La invitación es a sumergirse en el mundo personal de Ida Vitale, en la vida de esas palabras y en las relaciones que proponen cuando sus sentidos se desplazan y, de una asociación imprevista, surge la risa, el alivio o el asombro.

Allí aparecerán los gestos de la infancia, los cambios que el paso del tiempo produce en una fotografía, los recuerdos de familia, las lecturas, los escritores, las casualidades, la belleza de los diccionarios, la pintura, la biblioteca, las clases de música, los animales –avestruces, gatos, gorriones, grillos, grajos, ardillas, jirafas, zarigüeyas, mamboretás–, las plantas, los árboles y las flores.  Pero también los nombres propios y las historias en Montevideo, París, Buenos Aires, Austin, México y Sicilia. Un pintor que cambia sus cuadros por café con leche y medialunas; la barca imaginada para combatir el insomnio; un zeppelin visto desde la azotea de niña, sacada de la cama por un tío silencioso y deslumbrado. Dice Vitale: “Que algún dios, no importa si errado, abra, día tras día, la puerta del entusiasmo.”

Las entradas sirven de excusa, cómo si la autora fuera un topógrafo que mide y va posando su instrumento a diferentes distancias, en diferentes direcciones, sobre diferentes superficies para luego poder describir ese mundo tan diverso. Y esa descripción viene en narraciones, poemas, crónicas, memorias y mínimos ensayos. ¿A qué género pertenece este libro? Hay que ir más allá de eso para apreciar una voz con sus diferentes matices, una voz que elige dejarse resbalar de una cosa a la otra en un vagabundeo liberador.

Uno siente la tentación de sentarse y escribir su propio léxico de afinidades, su pequeña colección de palabras claves, las que dicen quiénes somos. Y ese deseo de escribir (o al menos de dejarse estar, así, con esos sonidos en la boca) seguramente es el mejor regalo de Vitale, a quien imaginamos sintiendo ese mismo sobresalto ante cada una de las palabras incluidas en este hermoso libro.

Ida Vitale nació en Montevideo en 1924. Poeta, traductora y crítica, formó parte del equipo de redacción de prestigiosas revistas literarias. En 1973, a causa de la dictadura uruguaya, tuvo que exiliarse –primero en México y luego en los Estados Unidos–. Aunque la autora desconfía del concepto de “generación literaria” suele incluírsela en la generación del ´45, junto a Onetti, Benedetti y Vilarino. “Léxico de afinidades” fue publicado por primera vez en 1994.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



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