El Territorio Vacío
Inglaterra, 2003. El anciano que está acostado tiene 93 años. Vive en un
geriátrico. Tiene Parkinson y Alzheimer. Cuando un médico se acerca él pregunta:
"¿Cuál es su tribu?" Las manos le tiemblan. Agoniza. Dicen que su
gran temor era morir de viejo en una cama, lejos del desierto que amaba. Lejos
de la profundidad que descubrió entre los beduinos.
Es considerado el último de los grandes exploradores. Estudió Historia en
Oxford. Cruzó dos veces el Rub´ Al-Khali, uno de los desiertos más hostiles del
planeta. Durante cinco años viajó por lo que se conoce como “el Territorio
Vacío”. Parte de esas travesías se convirtieron en un libro que publicó en 1959:
Arenas de Arabia. Wilfred Thesiger
viajó por muchos otros “lugares remotos donde los coches no pueden penetrar y
donde todavía sobrevive algo de los usos antiguos”. Y sin embargo, seguía diciendo
que ningún lugar lo había conmovido tanto como el desierto. Algo especial había
en ese paisaje –y en la compañía de los beduinos, las tribus nómadas criadoras
de camellos– que el británico trató de plasmar en su libro. “Ningún hombre
puede sumergirse en esa vida y no experimentar un cambio. Llevará, por muy
levemente que sea, la impronta del desierto, la marca que señala al nómada; y
guardará en su interior el anhelo de volver, débil o insistente según su
naturaleza. Porque esta tierra cruel puede tener un hechizo que ningún clima
templado es capaz de igualar.”
De esa crueldad y ese hechizo hablará Thesiger durante más de cuatrocientas
páginas. Las descripciones de la travesía son detalladas y permiten transmitir
lo extremo de un viaje así. “Hora tras hora, día tras día, avanzábamos sin que
nada cambiase; el desierto se juntaba con el desnudo cielo siempre a la misma
distancia por delante de nosotros. Tiempo y espacio eran uno. Nos rodeaba un
silencio en el que sólo se oía el viento, y una limpieza que era infinitamente
ajena al mundo de los hombres.”
Lo que destaca el viajero es cómo un escenario y una compañía tal hacen que
las diferencias entre los hombres desaparezcan y que emerja la desnuda
fragilidad del ser humano ante la naturaleza. Umbarak, nombre con el que los beduinos
llamaban a Thesiger, temía los cambios que provocaría la explotación del petróleo
en esa zona.
Es especialmente conmovedor ver cómo la vida en el desierto despoja al explorador
inglés de una soberbia inicial, propia de los europeos que avanzaban sobre
África. En Arenas de Arabia aparecen
cocodrilos enanos, gente que sabe ver en la oscuridad, camellos –a los que los
beduinos llaman “regalo de Dios”–, hombres rodeando fogatas al caer la noche,
la extraordinaria generosidad y hospitalidad de los pueblos árabes, arenas
movedizas, escorpiones, serpientes, arañas, eclipses, tormentas, las complejas
alianzas y guerras tribales, las deudas de sangre, las dunas rojas y azules,
los hombres que saben adivinar leyendo la arena, las ceremonias grupales para
acompañar a quien sufre, las largas conversaciones entre los viajeros. Es
recomendable buscar las fotos que Thesiger tomó en sus viajes. Parte de lo que
el libro relata sólo puede ser dimensionado al observar esas imágenes.
Con dos prefacios –que sugerimos leer al terminar el libro–, mapas de los diferentes
viajes y un detallado índice onomástico y analítico, el libro permite conocer
una región y una época que han sido devastadas por el progreso que aquel
viajero tanto temía.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Ciudad X
Octubre 2013
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