lunes, 10 de marzo de 2014

Arenas de Arabia / Wilfred Thesiger



El Territorio Vacío


Inglaterra, 2003. El anciano que está acostado tiene 93 años. Vive en un geriátrico. Tiene Parkinson y Alzheimer. Cuando un médico se acerca él pregunta: "¿Cuál es su tribu?" Las manos le tiemblan. Agoniza. Dicen que su gran temor era morir de viejo en una cama, lejos del desierto que amaba. Lejos de la profundidad que descubrió entre los beduinos.

Es considerado el último de los grandes exploradores. Estudió Historia en Oxford. Cruzó dos veces el Rub´ Al-Khali, uno de los desiertos más hostiles del planeta. Durante cinco años viajó por lo que se conoce como “el Territorio Vacío”. Parte de esas travesías se convirtieron en un libro que publicó en 1959: Arenas de Arabia. Wilfred Thesiger viajó por muchos otros “lugares remotos donde los coches no pueden penetrar y donde todavía sobrevive algo de los usos antiguos”. Y sin embargo, seguía diciendo que ningún lugar lo había conmovido tanto como el desierto. Algo especial había en ese paisaje –y en la compañía de los beduinos, las tribus nómadas criadoras de camellos– que el británico trató de plasmar en su libro. “Ningún hombre puede sumergirse en esa vida y no experimentar un cambio. Llevará, por muy levemente que sea, la impronta del desierto, la marca que señala al nómada; y guardará en su interior el anhelo de volver, débil o insistente según su naturaleza. Porque esta tierra cruel puede tener un hechizo que ningún clima templado es capaz de igualar.”

De esa crueldad y ese hechizo hablará Thesiger durante más de cuatrocientas páginas. Las descripciones de la travesía son detalladas y permiten transmitir lo extremo de un viaje así. “Hora tras hora, día tras día, avanzábamos sin que nada cambiase; el desierto se juntaba con el desnudo cielo siempre a la misma distancia por delante de nosotros. Tiempo y espacio eran uno. Nos rodeaba un silencio en el que sólo se oía el viento, y una limpieza que era infinitamente ajena al mundo de los hombres.”

Lo que destaca el viajero es cómo un escenario y una compañía tal hacen que las diferencias entre los hombres desaparezcan y que emerja la desnuda fragilidad del ser humano ante la naturaleza. Umbarak, nombre con el que los beduinos llamaban a Thesiger, temía los cambios que provocaría la explotación del petróleo en esa zona.

Es especialmente conmovedor ver cómo la vida en el desierto despoja al explorador inglés de una soberbia inicial, propia de los europeos que avanzaban sobre África. En Arenas de Arabia aparecen cocodrilos enanos, gente que sabe ver en la oscuridad, camellos –a los que los beduinos llaman “regalo de Dios”–, hombres rodeando fogatas al caer la noche, la extraordinaria generosidad y hospitalidad de los pueblos árabes, arenas movedizas, escorpiones, serpientes, arañas, eclipses, tormentas, las complejas alianzas y guerras tribales, las deudas de sangre, las dunas rojas y azules, los hombres que saben adivinar leyendo la arena, las ceremonias grupales para acompañar a quien sufre, las largas conversaciones entre los viajeros. Es recomendable buscar las fotos que Thesiger tomó en sus viajes. Parte de lo que el libro relata sólo puede ser dimensionado al observar esas imágenes.


Con dos prefacios –que sugerimos leer al terminar el libro–, mapas de los diferentes viajes y un detallado índice onomástico y analítico, el libro permite conocer una región y una época que han sido devastadas por el progreso que aquel viajero tanto temía.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X
Octubre 2013


No hay comentarios:

Publicar un comentario