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sábado, 28 de noviembre de 2015

Comentario de Betina González sobre "La tensión del umbral"


Eficacia del juego sucio

Por Betina González


Una de las reglas del policial aconseja evitar el narrador en tercera persona: rara vez convence el artificio de una voz que lo sabe todo sobre un crimen y, sin embargo, lo oculta. Más aún si se trata de un policial negro, donde la inmersión del detective en un juego sucio hace al peligro. Si además, la acción se ubica en la Argentina de hoy, más riesgos corre el escritor. Después de la dictadura, quedó claro que la policía no sólo es la que comete los crímenes más terribles: los ha vuelto rutina en un mapa ilegible que combina bandas mixtas de policías, ladrones y hasta presos. Como recuerda Carlos Gamerro en un irónico ensayo, esto hace que “una ficción policial argentina encuentre grandes dificultades en permanecer realista, porque la realidad de la policía argentina es básicamente increíble”. En La tensión del umbral, Almeida asume esos riesgos. No sólo sale airosa del desafío sino que su novela trasciende el género e ilumina esa Argentina dominada por el juego sucio.

Un día de sol cualquiera, una chica va a un bar y ve salir a un hombre. Ella le dice algo que nadie oye, después lo apunta con un arma; parece que va a dispararle pero no: la vuelve sobre sí misma y se pega un tiro en el pecho. El suicidio público de la joven apenas motiva a la prensa, el mundo no se detiene. Nadie contesta a la pregunta que no termina de formularse. Excepto Guyot, un periodista que quiere entender y empieza a investigar por su cuenta las razones de esa muerte. En cuanto desenrede la madeja que incluye varios crímenes, policías corruptos, periodistas oportunistas y una omnipresente dejadez, Guyot va a llegar a ese umbral donde el tiempo se detiene. Es “el momento previo a la comprensión”, el instante en el que saber también es transformarse en otro.

Lejos de las recetas del policial estadounidense y de la violencia espectacular pero más o menos ordenada que los escritores nórdicos han puesto de moda, La tensión del umbral concentra el suspenso en el relato de los intercambios cotidianos de los personajes, en los chismes, en las traiciones y, sobre todo, en los pocos gestos éticos (por eso mismo, valientes) que les quedan a aquellos que aún se sienten interpelados por el dolor ajeno. A quienes conocen a Almeida desde El colectivo, no les sorprenderán estas elecciones. Pero en este libro la apuesta es mayor porque la historia es más compleja. Es una novela que sorprende por su intensidad y su composición impecable: todo se pone en boca de los personajes en cuadros breves que el narrador apenas hilvana para armar no una trama sino una urdimbre de historias que se cruzan.

El verdadero estilo no revela al autor sino que lo esconde. Tercera novela de Eugenia Almeida, La tensión del umbral produce la ilusión de que lo que se narra es tan brutal, complejo e inconmensurable como la vida. Una ilusión que sólo la particular transparencia del estilo de esta escritora puede lograr.







viernes, 20 de noviembre de 2015

Comentario de Osvaldo Quiroga sobre "La tensión del umbral"




Fantasmas del poder 
en la nueva novela de Eugenia Almeida


No es un policial más “La tensión del umbral”, última novela de Eugenia Almeida. La maquinaria del poder aliada al crimen ocupa aquí el centro de la escena. Todo comienza con un suicidio en plena calle. ¿Pero es realmente un suicidio? La muchacha que se dispara a sí misma es Julia Montenegro. El hombre que se acercó a ella instantes antes de su muerte es Benteveo. El periodista que va a investigar esa muerte es Guyot, alguien que soportó el asesinato impune de su esposa y que pasó un tiempo internado en una clínica psiquiátrica. Él no acepta que se hable de “confuso episodio”. Los argentinos sabemos que esos eufemismos se utilizaron durante la última dictadura para asesinar a mansalva. 

También en “El colectivo”, la primera novela de Almeida, la autora mostraba las huellas que dejó la dictadura. Los hilos de la violencia sobreviven mucho tiempo después de transcurrida la época más traumática. Nada termina ni empieza de un día para el otro. 

En “La tensión del umbral” se acumulan los muertos: Romero, Bruzzetti, Frenkel, Jáuregui y Arresi. Pero lo más impresionante es el avance de lo siniestro. La forma que narra Blasco, el organizador de una banda de delincuentes integrada por policías, militares y civiles, sus “modus operandi” a una psicoanalista ya retirada, resulta espeluznante. 

Pero Eugenia Almeida, lejos de querer impactar al lector, lo que hace es sumergirlo en una atmósfera cada vez más enrarecida. Como en sus textos anteriores, una imagen se abre y pone en funcionamiento un mundo. Pero lejos de toda estridencia la escritura de esta admirable autora cordobesa se desliza como si le hablara al oído a cada lector. En sus procedimientos literarios el rumor marca también algunas de sus mejores páginas, como cuando hablan las vecinas del Barrio General Paz, donde vivía Julia, y le cuentan a Guyot aspectos insospechados de la joven muerta.

“La tensión del umbral” viene a recordarnos que el pasado nunca se convierte totalmente en pasado. Vive en el presente a través de la subjetividad de cada uno. La historia no se repite, pero perdura en la madeja de recuerdos de una sociedad. La apropiación de menores durante la dictadura, tema central en el presente narrativo de la novela, que transcurre en 2008, no sólo es una marca imposible de borrar, sino que regresa una y otra vez para cuestionar, incluso, a aquellos que miraron para otro lado en el medio de la tragedia. El problema de saber es que puede ser peligroso. Guyot es un poco ingenuo. Busca comprender aquello que suele tener un costado inasible, como el suicidio. Sin embargo intuye que las cosas no son lo que parecen. Y allí está su apuesta. Quizá minimiza los riesgos, o tal vez busca explicaciones para lo que a él le tocó vivir en carne propia.

Los diálogos son fundamentales en La tensión del umbral. El mayor acierto estilístico de su utilización es la verosimilitud que le da cada personaje a sus palabras. Como si la narradora no existiera o estuviera mirando la novela desde afuera. Las criaturas de Almeida crecen hablando, y allí se juega lo que dicen, lo que no dicen y cómo lo dicen. Hasta los peores seres humanos tienen palabras para justificar sus crímenes. Más aún quienes necesitan de falacias argumentativas para sentir que han obrado correctamente, o que el mundo es así y no se puede ir contra la corriente.

Otra distinción que puede hacerse frente a esta novela policial es la del tratamiento de la violencia. Nada ocurre de manera explícita y brutal. No hay páginas morbosas. Lo que se insinúa es más potente si se cuenta a través del rodeo, del medio tono o de la forma elíptica. Quienes vivimos la época de la dictadura sabemos lo que significaba el mero paso de un Falcón verde, o de un grupo de hombres armados de mirada aviesa. Escenas como esas nos dejaban paralizados. La violencia suele ser un hecho cotidiano. Más perceptible aun cuando apenas se nota.

Julia no hablaba mucho: “Y uno se da cuenta –escribe Almeida en su novela-, de que mientras va hablando el otro medio que ya se acomoda, ya se prepara para lo que va a decir. Y está bien. Pero Julia no. Era como si estuviera hecha para escuchar. Raro. Lindo, también. Porque uno estaba seguro de que ella estaba pensando en lo que oía y no en lo que iba a decir. Lindo, sí, no es que me queje. Digo eso, nomás, que no estábamos acostumbradas. Y eso nos sorprendía un poco. Mi hermana fue la primera que lo notó”. Prosa coloquial, íntima; prosa del susurro, del malentendido, de lo que se va construyendo frente al peso de la ausencia definitiva. Así escribe esta gran escritora cordobesa. 

Desde su primera novela, “El colectivo”, publicada también por Edhasa en 2009, pasando por “La pieza del fondo”, su segunda novela, finalista del Premio Rómulo Gallegos 2011, Eugenia Almeida ha sabido construir una voz propia. No hace falta decir que de eso se trata la literatura. Pero la suya es una voz que va de lo individual a lo social con asombrosa ductilidad. Sus personajes están atrapados por lo que saben y por lo que ni siquiera intuyen. En el sentido más profundo de la palabra, la literatura de Almeida es política. Sus textos muestran cómo los hechos del pasado moldean nuestras existencias. También indagan en cómo vivimos con una mochila en la que el horror fue moneda cotidiana, y de cómo ese horror regresa una y otra vez, como un fantasma que se resiste a desaparecer.

Osvaldo Quiroga

SLT (Suplemento Literario Telam)





miércoles, 11 de noviembre de 2015

Comentario de Hernán Carbonel (Revista Acción) sobre "La tensión del umbral"






Todo parece, en primera instancia, el suicidio de una chica de 31 años en la puerta de un bar. Hasta que Martín Guyot, hombre que alguna vez tocó fondo, hoy periodista gráfico de redacción con acceso a información policial, empieza a husmear donde no debe. A partir de allí, las amenazas se convierten en accidentes, escenas armadas o, directamente, asesinatos. Las muertes se amontonan junto a los aprietes, silencios y turbios entramados. Medios de comunicación, policías, militares, servicios secretos y poder judicial pueden volverse un solo bloque porque el crimen no solo no paga, sino que es impune y prepotente. Más aún si esos poderes remiten a las tinieblas de los 70 y los 90. 

Escrita en presente continuo, con un vértigo narrativo admirable y no sin altas dosis de poesía, La tensión del umbral es una novela que se ancla en el presente. Regulada por ese perfecto mecanismo de relojería que es todo buen policial, Eugenia Almeida construye una trama desde lo oculto, en el límite entre lo percibido y lo ignorado, ese umbral en el que viven los que no se resignan a no entender.


Hernán Carbonel




martes, 3 de noviembre de 2015

Entrevista a Perla Suez


El país del diablo, el nuevo libro de Perla Suez, aborda una historia de violencia, destierro y soledad en la Patagonia del Siglo XIX. La escritora indaga el universo del pueblo mapuche y utiliza elementos cinematográficos en un relato de sangre y fuego. La novela, anunciada como un western con escenario local, rompe estereotipos y marca un giro en la obra de la narradora cordobesa. 





Mientras una compañía de soldados atraviesa el desierto arrastrando carretas llenas de armas, una comunidad mapuche prepara el rito de iniciación de una joven que está a punto de convertirse en machi (consejera y protectora de su pueblo). Esas dos escenas van a cruzarse del modo más espantoso: el que se escribe a sangre y fuego. Cuando ese encuentro termine sólo quedará una india de 14 años saliendo de un trance para descubrir que su aldea ha sido arrasada. 

Lum se ve obligada a llenarse del “resplandor de los espectros” y a convertirse en uno de ellos. La historia se invierte y aquellos entrenados en destruir y perseguir se vuelven la presa de una adolescente que trata de restablecer el equilibrio que ha sido destruido. ¿Cuál es la distancia entre venganza y justicia? ¿Cuánto territorio habrá que recorrer para alcanzar a esos que se han convertido en su objetivo? 

La Patagonia durante la segunda mitad del Siglo XIX. Los territorios robados a los habitantes originarios, la campaña del desierto como pretendido “proyecto civilizatorio”. En ese escenario, Perla Suez despliega una historia que busca ir más allá de miradas maniqueas. La novela muestra hasta qué punto las condiciones históricas que construimos pueden llevarnos a sostener y reproducir la violencia. Una de las aristas más interesantes de El país del diablo es haber pensado en personajes que ya están inmersos en un mundo mestizo. Lum –la joven machi– es hija de un blanco y una india. En la caravana de soldados viaja Ancatril, un indio que ha sido obligado a enrolarse, a vestir el uniforme de los blancos y a ser un paria entre dos culturas. El propio teniente Marcial Obligado tiene una relación conflictiva con el rol que se supone debe cumplir; más de una vez el afecto lo ha ido enlazando con personas de los pueblos originarios. Pero, quizás como un sino que carga en su propio nombre, la Historia lo ha obligado a regirse por una ley marcial.

Cada uno de los personajes acarrea historias terribles en su pasado. Lum ha visto a su padre degollar a su madre. Ancatril ha sobrevivido a un derrumbe en la construcción de la nefasta Zanja de Alsina. También Rufino, Carranza y Obligado muerden una memoria que los lastima. Quizás el personaje más inquietante sea Deus, un agrimensor convertido en fotógrafo que viaja con el ejército y retrata alegremente las imágenes del horror.

Como en toda la obra de Suez, la economía de recursos se traduce en una fuerte potencia expresiva. Hay algo en este libro que reproduce la sequedad y la fiereza del desierto; la inmensidad del vacío que rodea a los personajes como una sombra ominosa.


De película

Perla Suez elige en este libro una forma de contar claramente emparentada con el cine. Las palabras sirven aquí para crear algo que resulta pura imagen. En la última entrevista concedida a Ciudad X, la escritora definía a El país del diablo, que aún no había sido publicado, como un “western patagónico”. Aunque en esta charla la autora relativiza esa definición diciendo que es el lector quien puede decidir cuál es el rasgo más característico de la novela, es importante destacar que hay un vínculo entre este libro y ese género del cine norteamericano. Quizás porque la novela recrea un espacio desértico en el que las persecuciones y la violencia son herramientas que diluyen y refuerzan ciertas identidades; quizás también por cierto modo de narrar la destrucción. 

Perla Suez demuestra un conocimiento detallado sobre el tema. Menciona a los clásicos y a aquellos cineastas que llegaron para dar una nueva mirada, como John Ford, Sam Peckinpah, los hermanos Cohen y Quentin Tarantino. 

–Hay cierto parentesco entre tu novela y el escenario del western.
–Hay una escenografía que se construye en la tradición del western que se parece mucho a nuestra Patagonia, geográficamente hablando. También en nuestras tierras había salitrales, desierto, arena, dunas, y seres que vagan sin rumbo, huellas de pasos de jinetes expertos y rapidísimos, y hasta de extranjeros, exploradores, o aventureros, desde Darwin en adelante.

–Es evidente que hiciste un gran trabajo de investigación.
–Para escribir esta historia necesité una importante documentación que va más allá de la influencia del western y el cine. Sin entender los pueblos originarios, la cultura de la Araucanía mapuche, sin haber leído Mircea Eliade y las memorias de un lonco de casi 100 años, Pascual Coña, es muy probable que nunca hubiera podido trabajar esta historia. Tuve que leer a Estanislao Zeballos, el cronista y escritor de la Campaña del Desierto, para conocer el paisaje, los bosques de caldenes, la tierra, las fieras que habitaban en el siglo XIX esa zona de la Patagonia y que seguramente eran mucho menos peligrosas que los hombres que hacían la guerra.


Un mar de piedra

–¿Cómo fue el proceso de escritura?
–Esta novela tiene más de tres años de trabajo, casi cuatro, de hecho cuando publiqué Humo rojo tenía ya los grandes borradores después de haber leído todos los mitos de Mircea Eliade. En la génesis, ya tenía una pequeña historia en un párrafo o dos: cinco hombres, soldados del ejército, acaban de terminar de quemar una de las últimas tolderías de los indios en la Patagonia y tienen que emprender el viaje de regreso al fortín. La primera pregunta era qué va a pasar en ese viaje. En los primeros borradores tuve un conflicto que fue la aparición de una niña que había sobrevivido a esa quema, que por alguna razón no estaba en la toldería cuando estos hombres llegaron. Esta niña de 14 años, muy hermosa, aparece de pronto, y yo tenía dos caminos: o bien estos asesinos que venían de comer una yegua se la “comían” a ella también; o bien, ella ganaba el protagonismo en contra de los lugares comunes. Me vi tentada por una convicción que tengo, y que me llevó a elegir esta segunda alternativa: que los pueblos originarios, desde que están en este territorio y hasta hoy, tienen derecho a sus tierras.

De ese “conflicto” que menciona Suez surge un personaje tan fuerte que logra convertirse en el vórtice de la tormenta que está a punto de desatarse. El país del diablo se aleja, así, de otros relatos que abordan ese período histórico.

–Lo único que tenía claro era que no quería escribir una novela realista, y que la Historia como tal tenía que ser sólo un telón de fondo, apenas una ayuda para contextualizar. Traté de alejarme de Esteban Echeverría y La cautiva, y en adelante, de la mirada nostálgica, romántica, del siglo XIX y comienzos del XX, y la mirada realista, costumbrista. Quise dejarme influenciar por libros como El corazón de las tinieblas, Moby Dick, El desierto de los tártaros. Fueron libros centrales, matrices, digamos. El desierto de los tártaros es un libro que ha sido como... encontrar el hueso, la esencia de lo que yo quería contar desde lo nuestro. Moby Dick, de Herman Melville, es un libro que no abandoné a lo largo del tiempo y sin que lo sepa habrá trabajado adentro de mí, de alguna manera queriéndome acercar al poder de la naturaleza que en definitiva es más fuerte que los personajes... yo quería que el desierto mande como en Moby Dick manda el océano.

Es evidente que Suez ha sabido dar forma a ese deseo. El desierto manda en El país del diablo. Los cardales. El viento insoportable. El sol que deshace todo. Un cuervo lucha con una serpiente. Los caballos resoplan de cansancio. Un puma destroza el cuerpo de un guanaco. Del cielo bajan pájaros carroñeros. El frío de la noche. Las moscas azules apoyándose sobre los despojos. El gran protagonista de la novela es el paisaje. Ese desierto que habla, un lugar en el que todo es posible. Un territorio transformado en un gran ojo que mira todo aquello que lo habita, como un dios terrible que propicia y permite el sacrificio.


La historia que no se contó

Una vez más, Perla Suez pone en escena una historia que habla de la identidad, el destierro, la violencia, los vínculos, la memoria, la soledad, el desamparo, la crueldad y el coraje. Son los temas que viene trabajando hace décadas. Pero El país del diablo aparece como un giro notable en la obra de la escritora cordobesa. El escenario es otro y la mirada es puesta sobre otro tipo de construcciones identitarias. No ya los que vinieron a esta tierra sino aquellos que fueron combatidos, desterrados y desaparecidos para que pudiera surgir ese proyecto de país que propiciaban ciertos grupos de poder en el siglo XIX. 
La novela se abre con dos citas que funcionan como una cuerda puesta en tensión. Por un lado, la voz de una niña mapuche; por el otro, la pluma de Sarmiento dividiendo el mundo entre civilización y barbarie y reclamando alambres incrustados en la tierra.

–¿En qué momento de la escritura decidiste incluir esas citas?
–Las elegí cuando me documentaba. Leí el libro de Fermín Rodríguez, de ahí tomé la frase de Sarmiento, y al mismo tiempo, cuando me acerqué a la cultura mapuche, encontré en las memorias del cacique Pascual Coña la voz de una niña llamando al Dios-Ngenechén. Esas dos voces tan contradictorias y paradojales me ayudaron enormemente para ir construyendo los personajes que en mi intención eran ambivalentes, no quería los buenos y malos, quería que hubiera matices tanto en los blancos, como presentar las contradicciones que tienen los indios.

–En mi opinión, “El país del diablo” implica un giro en tu obra, un cambio de perspectiva. ¿Vos lo ves así? 
–Soy consciente de que cerré una etapa de mi escritura, de mi trabajo de los inmigrantes de los cuales desciendo, que vinieron con una mano atrás y otra adelante bajando de los barcos, perseguidos por el Zar Nicolás II, encontrando en esta tierra, como quería Alberdi, un lugar para la libertad y el trabajo. A partir de este cierre necesité abrir otra puerta en mi escritura, a través de la ficción quería desenterrar la historia del pueblo mapuche en este lugar de la Patagonia. Lo único que sabía era que no quería repetirme y que quería contar la historia que no me contaron. Igual, la dimensión de la memoria aparece aquí también como una necesidad de encontrar mis raíces, o al menos las raíces de nuestro país, saber quiénes somos, otra vez, el tema de la identidad. En la Trilogía de Entre Ríos eran mis antepasados; en esta novela, los antepasados de mi país. La ficción, en definitiva, puede contar precisamente la historia que nunca se contó, puede escarbar la tierra hasta encontrar los huesos, la esencia de una cultura que se quiso tapar.

–Se sabe que, además de investigar el contexto histórico, solés rodearte de ciertas lecturas, cierta música y ciertas películas para escribir un nuevo libro. ¿Qué artistas te acompañaron esta vez?
–Además de los que ya nombré, y como yo soy de la escuela que cree en la construcción de historias de fuerte conflicto, la entrevista de Truffaut de El cine según Hitchock me acompañó todo el tiempo. De vez en cuando, para corregir, necesité la música de Leonard Cohen, Philip Glass e Ismaël Lô. 

La historia que Suez hace desfilar ante los ojos del lector ayuda a comprender algo de lo que somos. Y lo hace poniendo en evidencia la complejidad de la experiencia humana. La novela se divide en tres partes y un epílogo. Cada una de esas partes (“sufrimiento”, “muerte” y “resurrección”) alude a los pasos que tantas culturas le adjudican al camino de la revelación. Desde los chamanes a la figura de Cristo, parece inevitable recorrer esas etapas para alcanzar un estado de gracia y de liberación. Quizás lo más inquietante sea preguntarse quién es el que recorre este camino. ¿Lum? ¿Ancatril? ¿El teniente Obligado? ¿Los soldados ajusticiados? Quizás seamos todos. **




Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X - Junio 2015




viernes, 30 de octubre de 2015

Entrevista de Ivana Romero (Tiempo Argentino)




"La dictadura está en la novela porque está en la vida"

En La tensión en el umbral (Edhasa) Eugenia Almeida 
despliega una trama policial a partir de un suicidio.
       

Eugenia Almeida escribió las líneas esenciales de su novela La tensión del umbral durante una estancia en la Villa Départamentale Marguerite Yourcenar, tras obtener una beca que otorga el Estado francés. Se trata, efectivamente, de la casa donde Yourcenar vivió durante su infancia, transformada ahora en una residencia creativa para escritores. El lugar está cerca de Lille, al norte de Francia. Y también, cerca de la frontera con Bélgica, donde Eugenia iba a buscar cigarrillos libres de impuestos. “Son apenas dos cuadras donde sólo hay ferreterías, sex shops y negocios que venden chocolates y bebidas alcohólicas”, cuenta. La casa está protegida por cientos de hectáreas convertidas en un parque nacional, llenas de árboles y animales silvestres, como puercoespines “o esos ciervitos que una veía en los relatos de la infancia”. Un clima tan despreocupado –incluso luminoso- contrasta con esta historia por la que rara vez se filtra la luz. En ella, una chica de 31 años se suicida en una calle céntrica de una ciudad indefinida. Pero antes le apunta a una persona que sale de la escena, que se va aunque escucha el disparo. La policía entiende que es mejor dejar el asunto en el olvido. Sin embargo Guyot -un periodista cuya mujer murió asesinada- se obsesiona con el asunto. Así, a medida que avanza con su investigación, va dejando en evidencia una trama de complicidades que hunden sus raíces en la dictadura, en el robo de niños, en la “mano de obra” que torturó y mató y que se sigue reciclando al amparo de un aparato policial corrupto. Editada por Edhasa, La tensión en el umbral es una novela negra, no sólo por un asunto de género sino por los silencios que la habitan. De cada personaje se sabe poco, lo esencial. Cada diálogo se tensa, se enrosca y vuelve a aparecer hasta formar los hilos de una trama siniestra, la misma que atrapa a Julia. “Sí, algo de eso hay. De hecho, inicialmente el proyecto que presenté para la beca se llamaba Cuerdas. Y partía de una frase de Simone Weil, donde ella dice que todas las personas y las cosas están sujetas entre sí por cuerdas y lo único que podemos sentir del mundo es esa tensión”, dice Eugenia.

-¿Y qué sabías de la novela antes de ponerte a escribir?
-Poco y nada. En general empiezo a escribir sin saber, un poco a tientas. Escribo por la misma razón por la que leo, por la que me atrapa una historia: para saber cómo sigue. No sé escribir de otra forma. Yo tenía la escena inicial. Pero no sabía por qué Julia se suicida. No sabía qué le había pasado al periodista Guyot en su pasado, ese asesinato terrible que sobrevuela su memoria. Yo no sabía que iba a ser un tipo que trabaja en un diario, uno de esos diarios que parecen de otra época, con computadoras gigantes, en oficinas impersonales y oscuras. Digamos que el clima ahí es tan monótono como en la comisaría donde él tiene sus informantes. Porque cada vez que se presenta dice eso, que trabaja en un diario, no que sea periodista. Guyot no va a dar su vida por la verdad. Él quiere, en realidad, entender lo que le pasó a esa chica. Tampoco, aparentemente, hay una razón para meterse en ese problema. Porque él no es un héroe super lúcido, más bien lo contrario: va derecho al precipicio casi sin poder evitarlo, con cierta ingenuidad. No tenía idea de cómo se iban a cruzar con Ostots, esa terapeuta que me gusta mucho porque es inteligente, porque no es exactamente joven y porque tiene, como todos los personajes, muchos puntos ciegos. Y Blasco, ese personaje sombrío, psicópata y esencial para la novela, tenía que entrar en contacto con ella pero tampoco sabía que iba a ser a través de unos llamados telefónicos.

-Esa forma de trabajo a la que te referís contrasta mucho con la precisión del relato.
-Ahí juega un rol clave la corrección, que debe ser obsesiva. Me refiero a la corrección en distintos aspectos. Por un lado, la necesidad de resignar páginas cuando te das cuenta de que son puro vagabundeo. No está mal escribirlas. Es como si un deportista renegase porque tiene que hacer abdominales antes de correr la carrera. Esas páginas son necesarias para el proceso de escritura aunque sean páginas "perdidas". A eso se le suma que en el caso de una novela policial, ningún detalle puede quedar librado al azar. Cualquier cosa que ocurra deja de ser anecdótica. Entonces tenés que hacer todo lo necesario para que no se escape ningún personaje, para que la trama se sostenga. Además está la cuestión de estilo y el tipeo, claro. Los errores de tipeo son súper frecuentes. Con todos estos parámetros de corrección, al texto lo veo yo, lo ven un par de personas de confianza, lo ve el editor, el corrector, yo otra vez… en fin, que somos muchas personas sobre el mismo material durante mucho tiempo. Y aún así, una sabe que nunca quedará perfecto.


-Una de las características de la novela es que se construye esencialmente a partir de diálogos. Y sin embargo, en ellos algo permanece en silencio, como un enigma que acecha.
-Me interesa investigar el silencio en mis novelas, eso que permanece no dicho. Y sin embargo, esta es la primera vez que escribo un policial. Como lectora, me gusta el policial; o más bien, la novela de misterio, que trata de abordar los temas sociales y a la vez, la complejidad de la experiencia humana, qué es lo que lleva a una persona a tomar ciertas decisiones. En ese sentido, me interesan Georges Simenon, Ruth Rendell (que tiene muchas novelas tipo best seller pero otras que son buenísimas como Me parecía un demonio) y Masako Togawa, autora de textos como La llave maestra.

-¿Dónde ponés el foco, entonces? ¿En la parábola social o en los personajes?
-Pienso en los personajes, siempre. Pienso en lo que hacen, no en lo que deberían estar haciendo. Mi sensación es la de ver escenas, sonidos, diálogos como si fuera una especie de sueño. En esa instancia, yo tengo que contar lo que veo, no opinar. Donde hago mi presencia total, monolítica, es en la corrección. Antes, dejo que los personajes hagan lo que quieran. Y además, hay cosas que no es necesario mostrar. Ostots tiene una cantidad de cosas que yo sé y que no aparecen en la novela. Y están escritas. A mí me sirve saberlo. Simenon armaba fichas para cada uno de sus personajes. Ahí ponía todas las características más allá de que el libro no hablase de eso. Y es que esas cosas no dichas juegan en la trama, en el vínculo entre los personajes.

-Tanto en una novela anterior tuya, El colectivo, como en esta, 1977 es un año clave. ¿Por qué la recurrencia con el tema de la dictadura?
-Está presente en la novela porque está presente en la vida. Nosotros fuimos criados en esa época y nos formamos con gente que padeció la dictadura de modo directo. Hay cientos de nietos que aún esperan ser encontrados. Están los juicios en pleno desarrollo. A eso se le suma que muchos hijos de personas desaparecidas ahora ocupan cargos públicos, son escritores, dan cuenta de la memoria desde su lugar. Todos estamos marcados por el momento histórico en el que nacemos pero los hijos, más que más. Además, los dispositivos de poder van mutando para sobrevivir. O sea, todavía hoy hay gente que reacciona contra el sistema democrático. O sea que la dictadura no tiene nada de pasado. Hay quien dice que el país está divido. Yo creo que está buenísimo que nadie sea perseguido, asesinado, torturado por decir lo que piensa. Me parece interesante la pluralidad. Y creo que este es un momento histórico alucinante e intenso, maravilloso de ser vivido.



Ivana Romero




miércoles, 28 de octubre de 2015

Eva - Carry van Bruggen





Retrato de época

La editorial cordobesa Portaculturas publica una novela clásica de la literatura holandesa. “Eva” es la primera obra de Carry van Bruggen traducida al español.


¿Cuánto de lo que somos se construye en la tensión entre mandatos y deseo? En torno a esa pregunta gira la historia de Eva, una mujer singular en la Holanda de principios del siglo 20.

Hay una escena secundaria que revela el núcleo duro de esta novela: alguien delira por la fiebre y dice cosas que ha debido callar durante años. Todos comentan lo que ha dicho. La fiebre se vuelve temible para quien escucha esos comentarios ¿Qué seríamos capaces de decir en pleno delirio? Ese temor evidencia vidas tan reprimidas y amordazadas que, ante la menor grieta, estallan como una bomba de esquirlas.

La novela pone la mirada sobre Eva, una chica –luego una mujer– criada en un entorno rígido y sofocante, tratando de sobrevivir a los mandatos que la época impone a las mujeres.

Eva comenzará a trabajar como maestra. El intercambio con los alumnos, los colegas y los amigos intensificará su lucha interna. Los deseos –siempre vistos a través de un prisma borroso– aparecen en sus relaciones con una amiga, un alumno y algunos hombres. Lo prohibido se vuelve central justamente porque no está permitido. Hay una atracción incontenible hacia todo lo que debe ser reprimido y ese doble movimiento se convierte en un círculo vicioso. “Impúdico”, “indecente”, “licencioso”, son palabras que rondan la mente de Eva una y otra vez. A la par de esa sensualidad que busca liberarse, hay una enorme soledad. En una sola frase se condensa el desamparo: “Las personas se hallan más alejadas entre sí que las estrellas”.

Eva crece en una sociedad conservadora en la que la inflexibilidad es vista como un valor. Una sociedad hipócrita que persigue y estigmatiza a aquellos que rompen las reglas. El “deber ser” es la vara que sirve para medir todos los gestos, todas las acciones, todas las conductas. El mandato de frivolidad que pesa sobre las mujeres es un espacio en el que Eva no logra encajar. Sus búsquedas siempre están en tensión con esos mandatos, corroyéndolos, desgranándolos en una lenta implosión interna.

Eva se dice: “tenés que ser como los demás”. En su interior retumban la culpa, la responsabilidad, el castigo, la expiación y la maquinaria que la sociedad pone en movimiento para que cada uno se juzgue a sí mismo y se convierta en el policía de sus deseos.

Llegará el matrimonio, llegarán los hijos. Eva dirá: “El dogma del matrimonio me ata, me protege… así las personas han atado toda su vida en dogmas, se han protegido mediante dogmas”. Esos dogmas se encarnan en instituciones atravesadas por la contradicción: “En la Iglesia no necesitan pensar demasiado en Dios, en el Partido no necesitan pensar en la justicia, en el Estado no necesitan pensar en la moral y en el Matrimonio no necesitan pensar en la castidad”.

El talento de Carry van Bruggen es admirable. A partir de la vida cotidiana de una mujer, uno llega a comprender, en todo su peso, lo que llamamos “el espíritu de una época”. Como dice Eva, “hay cosas en las lejanías, en las más lejanas lejanías, que solo distinguís con una mirada vuelta hacia dentro”.

El modo en que la autora describe los escenarios es profundamente poético. La voz narradora habla de los trenes, las casas, los barcos y el paisaje de un modo muy personal. Aparecen ante los ojos esas escenas brumosas que la escritora va desgranando a medida que relata la historia.

Carry van Bruggen nació en 1881. Criada en una familia pobre en un pequeño pueblito de Holanda, todo su trabajo literario fue construido a pura voluntad. Eva, publicada en 1927, fue la obra que la consagró como escritora. Los últimos 5 años de su vida estuvo internada en diferentes instituciones psiquiátricas. Se suicidó en 1932.

Eva es el tercer título publicado por la editorial cordobesa Portaculturas. Micaela van Muylem, miembro del equipo de trabajo, comenta que leyó hace tiempo este clásico de las letras neerlandesas y que, desde entonces, ha querido verlo traducido al castellano. Esta es la primera vez que la obra de Carry van Bruggen es publicada en nuestro idioma. Portaculturas se destaca por proponer títulos que difícilmente llegarían a los lectores argentinos. Los dos primeros fueron Cuando Sara Chura despierte, del autor boliviano Juan Pablo Piñeiro y La sangre de la aurora, de la peruana Claudia Salazar Jiménez. La decisión de publicar Eva es un paso más en el trabajo de rescatar y revalorizar obras de profunda calidad literaria que a veces el mercado olvida o ignora.

Como dice Micaela van Muylem, Portaculturas ofrece “cosas desconocidas, por muy nuevas o por olvidadas”. Los lectores, agradecidos.

Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X




sábado, 24 de octubre de 2015

Comentario de Hernán Carbonel (La Gaceta) sobre "La tensión del umbral"




Un periodista entre un suicidio e historias cruzadas

Grandes y pequeñas tramas entretejidas con mano de orfebre, diálogos veloces y ricas imágenes

¿Puede un suicidio ser más que un simple suicidio? ¿Qué es el paso del tiempo sino un peso imposible, la inapelable sentencia de su suceder, sus incertidumbres, sus costos, su fiereza?

Esas y otras ideas se cuestiona Guyot, periodista gráfico, hombre que en la pesquisa busca un sostén, un modo de la reparación, un resarcimiento de sus propias angustias anteriores, algo que lo salve de sí mismo tras el asesinato de su esposa, el alcoholismo y una posterior internación.

A través de hemerotecas, archivos de PC, cuadernos, libros escritos por encargo, Guyot intentará reconstruir la vida de esa chica de 31 años que acaba de quitarse la vida en la puerta de un bar.

Pero lo peor está por llegar.

Porque el mundo es pequeño y a la vuelta de la esquina conviven la salvación y la condena, y la identificación con el otro es empatía y a la vez el desquite de una derrota y el riesgo del ahogo final.

En La tensión del umbral, Eugenia Almeida entrelaza esas historias mínimas con los medios de comunicación y su poder de desinformación, la policía y su poder de encubrimiento, los grupos parapoliciales que operan desde las sombras, el poder económico y el poder judicial: la posibilidad de que todo aquello que se nos relata como “confusos episodios” no sean más que oscuras connivencias, actos “gravísimos” que pueden alcanzar desde la apropiación de hijos durante la dictadura hasta los atentados a la comunidad judía. Que la novela esté escrita en presente deja traslucir que nada de esto ha dejado de suceder.

Esas historias cruzadas -desde un aprendiz de editor hasta una psicóloga retirada que bebe en un bar- son entretejidas con mano de orfebre, diálogos veloces -densos, como chicotazos, en la mejor línea del hard-boiled- y riquísimas imágenes amparadas en un excelente trabajo del lenguaje descriptivo. Si La tensión del umbral es un policial -porque lo es- es también novela política y existencialista.

Es que el umbral es ese lugar donde llegamos a avizorar qué es lo que pasa. “La peor tentación es querer entender”. Y nada es sino demora, pero una demora que apura.

Hernán Carbonel





miércoles, 21 de octubre de 2015

Encuentro en la Escuela de Letras - Universidad Nacional de Córdoba




El viernes 23 de octubre, a partir de las 16, en aula 2 del Pabellón Venezuela de Ciudad Universitaria, las escritoras cordobesas María Teresa Andruetto y Eugenia Almeida brindarán una charla libre y abierta a todo público. La actividad está organizada por la Cátedra Enseñanza de la Literatura, del Profesorado de Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Humanidades.





El objetivo principal de esta conversación es intercambiar saberes y reflexiones sobre diversas cuestiones que nos interesan como mediadores de la literatura y agentes de cambio: el derecho a la lectura literaria, las discusiones sobre el canon literario, las dinámicas de taller en las aulas, los circuitos comerciales de la literatura, la literatura juvenil, la capacitación docente, entre otras cuestiones. Asimismo, en un segundo momento, la actividad girará en torno a las últimas dos novelas de ambas autoras: Los manchados, (Andruetto, M. Teresa, Mondadori) y La tensión del umbral (Almeida, E., Edhasa).





Página web de María Teresa Andruetto


lunes, 19 de octubre de 2015

Mujeres, novelistas y cordobesas (Hoy día Córdoba) - Susana Chas





Mujeres, novelistas y cordobesas: 
Perla Suez, Teresa Andruetto y Eugenia Almeida


por Susana Chas


En este año 2015 nos llegan tres novelas fuertes y bien contadas. El país del diablo de Perla Suez (1947), Los manchados de María Teresa Andruetto (1954) y La tensión del umbral de Eugenia Almeida. 

Las tres escritoras fueron premiadas en el exterior con premios muy importantes y sus novelas traducidas a varios idiomas. Suez y Almeida comparten el decir mucho en pocas palabras. Mientras María Teresa Andruetto y Perla Suez indagan en sus obras la inmigración; el pasado de esos inmigrantes que vinieron de Italia huyendo de las guerras, o de los progroms rusos contra los judíos, o escapando de la persecución nazi. Ambas autoras han recibido prestigiosos premios por sus cuentos y novelas infanto-juveniles. Sin embargo, sin alejarse mucho de la violencia, las tres novelas que aparecen este año, remiten a otras experiencias: la misma Julieta de Lengua madre, de Andruetto, indagará a través de cartas sobre el pasado de su padre, a quién no conoce y vive en Suecia. Reaparece un mundo de mujeres, como en Tama, violentadas, preñadas y abandonadas, con hijas sin padres. La novela de Andruetto está inspirada en un poema de su hija Juana Luján, publicado en su libro Danger. La autora intenta una genealogía familiar del padre de Julieta, en la ficción.

Perla Suez se aleja de los dolorosos recuerdos legados en su infancia y plasmados en Memorias de Vladimir y en la Trilogía de Entre Ríos, para referirse a una historia ambientada en el S.XIX durante la Campaña del desierto. No trata en la novela de “los que vinieron a esta tierra sino de aquellos que fueron combatidos, desterrados y desaparecidos para que pudiera surgir ese proyecto de país que propiciaban ciertos grupos de poder en el S.XIX”, dice Eugenia Almeida comentando esta novela.

La novela de Eugenia Almeida comienza con un suicidio en medio de la calle y a plena luz del día, sin embargo las cosas no están claras. Para el crítico de HOY DÍA CÓRDOBA, Esteban Maturin, lo que escribe Eugenia Almeida es un novelón “con una larga y concienzuda investigación sobre las metodologías represivas (militares y policiales); sobre la historia política reciente; sobre la vida pública (y la no pública) de los medios de comunicación y sobre las relaciones del poder político con todos ellos. Además, una exhaustiva visita a los elementos característicos del `noir´, ubicados cada uno en su punto justo.” 

Las tres autoras incorporan elementos históricos en sus ficciones, pero alejadas de las novelas histórico-románticas. Las tres novelas se desarrollan en tiempos y ámbitos diferentes: La Rioja, la Patagonia, Córdoba.   

Eugenia Almeida nació en 1972 y se consagró como escritora en el 2005 cuando recibió el Premio Internacional de Novela del Salón del Libro de Gijón por su novela El colectivo. El público lector cordobés, recibe con avidez en este 2015, las tres novelas de estas escritoras cordobesas de renombre internacional.






viernes, 16 de octubre de 2015

Comentario de Quintín sobre "La tensión del umbral"


" (...) Así como el policial sueco se metió en el mercado global, no es imposible que mañana haya una tradición argentina, un poco a la manera en que el malbec se empezó a vender en las vinotecas del mundo. A una cantidad de escritores que practican el género, se agregan festivales y notas periodísticas que sugieren un boom a mediano plazo. Para prepararme para tal eventualidad, leí La tensión del umbral, de la cordobesa Eugenia Almeida. Almeida, como muchos escritores y cineastas contemporáneos, hace que el Mal se origine en la dictadura y llegue al presente vía los hijos de desaparecidos. Pero rodea ese lugar común de la política actual con tres elementos propios e interesantes: una prosa modernista apoyada en la mezcla permanente de voces, la aparición entre esas voces de las de los verdugos (notorias ausencias en la ficción y la no ficción nacionales) y una mirada sobre las tinieblas de la sociedad que coloca la obediencia en el centro de la degradación. Tiene algo esa novela."


Quintín
Diario Perfil
04 - 10 - 2015




lunes, 12 de octubre de 2015

Comentario de Cristina Bajo sobre "La tensión del umbral"




“A”, de Almeida

Por CRISTINA BAJO


Eugenia Almeida es cordobesa y novelista; ha recibido premios y distinciones internacionales, ha sido traducida a varios idiomas y editada en Francia, Grecia, España, Portugal, Austria e Italia.

Es licenciada en Comunicación social, trabaja como periodista para radio, prensa y televisión, y sus notas se publican en diarios y revistas del país y del extranjero. Al margen, coordina talleres de lectura y escritura. Estos datos aparecen en la solapa de sus libros, pero como no siempre méritos y virtudes van juntos, me complace decir: es, además, una excelente persona.

El primer libro que leí de ella fue El Colectivo, y me fascinó lo elusivo del tema, que me recordaba épocas que debemos superar, aunque no olvidar.

Luego publicó La pieza del fondo, igualmente inquietante pero con ese algo de “el factor humano” –al decir de Graham Greene– de lo impredecible que conlleva  generosidad y compromiso.

Este año, durante la Feria del Libro de Córdoba, ha presentado su última novela; el título –La tensión del umbral– es más ambiguo que los primeros, y muchos se sorprendieron de que fuera una novela policial.

Por mi parte, sabía que este género le fascina y que compartimos el gusto por autores como Ruth Rendell, no recuerdo si Fred Vargas, y George Simenon.     

Pero La tensión del umbral no es sólo un policial: es un policial político, y en ese punto se roza con Sociedad anónima (Raíz de Dos) de Rogelio Demarchi.

La trama comienza con un suicidio algo insólito, y un periodista, a quien encargan cubrir el hecho, empieza a notar cabos sueltos. Sin embargo, caratulado ya el suceso como suicidio, ni la policía ni la justicia se interesan en seguir investigando. Luego veremos que no es desidia, sino intencionalidad.

El periodista, Guyot, me recordó los antihéroes de Graham Greene, quienes, cómodos en su mediocridad, no quieren involucrarse demasiado ni buscarse problemas. Sin embargo, la curiosidad los supera –lo dice el protagonista: “la peor tentación es tratar de entender”– y terminan caminando al borde de un precipicio. Porque, llegado a un punto, no pueden detenerse y aunque ven venir la maroma, quizá sea tarde para ponerse a salvo.

La novela es ágil, con mucho diálogo y escenas cortas –algunas memorables, como cuando Guyot encuentra “la otra casa” de la muerta–; sus personajes, en general, aunque aparezcan brevemente, son tan vívidos que creemos conocerlos.

Uno de mis preferidos es la anciana que va develando para él, inconscientemente, la trama de la vida de esa mujer que comienza siendo un cuerpo desmadejado en la vereda y que página a página va cobrando vida, rostro, espíritu, carácter. La anciana, como una de las Nornas islandesas, entrega a Guyot, ciegamente, los datos que revelarán la identidad de la posible víctima.

Jefes de redacción, bibliotecarios, policías y políticos a los que no les tiembla la voz al decidir quién vive y quién muere; “mano de obra desocupada” –a mi entender– que no sabe cuándo es necesario parar, obedecer y ahorrar sangre. El barman, la psicoanalista que necesita su ración de vodka para seguir escuchando. Y los imponderables -el Hueso, el Sordo, el Perro Chico– y la herencia que dejan.

Al leerlo, sentí que buceaba en la “realidad invisible” que nos rodea y que de vez en cuando nos atropella.
La tapa, preciosa, como acostumbra Edhasa.

Sugerencias: leer sus libros; disfrutar de la entrevista que le hace Rogelio Demarchi sobre esta novela, el policial y  el oficio de escribir.


Cristina Bajo

Revista Rumbos
04 - 10 - 2015




jueves, 8 de octubre de 2015

Otra vuelta de tuerca


Escritores que aceptan “continuar” personajes inventados por otros autores. Del homenaje al oportunismo, un breve repaso por algunos de los casos más famosos.




Cuando un escritor muere, sus lectores se enfrentan a una certeza: nunca podrán leer una nueva historia de su personaje preferido. Sin embargo, a veces los herederos buscan una estrategia para burlar a la muerte: invitar a otro escritor a continuar la obra del autor fallecido. Puede resultar un experimento interesante. 

Elemental, Watson
Sherlock Holmes es el detective más famoso del mundo. Su autor, Sir Arthur Conan Doyle, se veía agobiado por esa fama. Sentía que era una obra menor y lamentaba que sólo se lo asociara con ese personaje. En 1891 le escribió una carta a su madre en la que anunciaba: “preveo matar a Holmes (…) Él me impide que piense en cosas mejores." Dos años después tomó la decisión y publicó “El problema final”, un relato donde el detective moría junto a su archienemigo Moriarty. Los lectores no lo tomaron bien. A Conan Doyle se le hacía difícil caminar por la calle. Hubo súplicas, reclamos e incluso amenazas. La presión fue tal que el autor tuvo que ceder y escribir un nuevo relato que explicara cómo Holmes había sobrevivido a la dramática caída en las Cataratas de Reichenbach.
En la primera década de este siglo, los herederos de Conan Doyle decidieron “resucitar” al famoso detective. Para eso, convocaron a Anthony Horowitz, quien  recibió el desafío con alegría y publicó dos libros protagonizados por Holmes: La casa de seda (2011) y Moriarty (2014). No es la única vez que Horowitz ha aceptado uno de estos convites. Actualmente trabaja en una nueva novela de James Bond.

La franquicia 007 
El caso de Bond es el más extremo. Los herederos de Ian Fleming han creado, prácticamente, una línea de producción. Cuando Fleming murió, en 1964, su familia convocó a Kingsley Amis (el padre de Martin Amis) para  que terminara la novela que el autor estaba escribiendo. El resultado les gustó tanto que decidieron pedirle otro libro. Amis aceptó y el trabajo fue publicado bajo el seudónimo de Robert Markham. 
En 1973, John Pearson, antiguo asistente de Fleming, escribió James Bond: la biografía autorizada; John Gardner publicó catorce novelas entre 1981 y 1995; Raymond Benson aportó tres cuentos y seis novelas entre 1997 y 2002. 
Poco tiempo después el invitado fue Sebastian Faulks. El novelista británico dijo sentirse halagado aunque su primera reacción fue aclarar a los herederos que no había vuelto a leer los libros de Bond desde que tenía 13 años. Su única condición fue poder hacer una relectura para descubrir si seguían entusiasmándolo. En 2008 –y en el marco del festejo de los cien años del nacimiento de Fleming– publicó La esencia del mal. Escribirlo le llevó seis semanas en las que se ciñó a la rutina de horarios que utilizaba el creador del famoso personaje: mil palabras por la mañana, mil palabras por la tarde. Según dijo en una entrevista, Faulks cree haber conseguido una prosa “80% Ian Fleming”. 
El siguiente en la lista fue Jeffery Deaver. Luego vendría William Boyd, quien publicó Solo en 2013. El escritor escocés buscó acercarse al Bond “literario”, alejándose del “cinematográfico”, que no siempre respeta al personaje original. El lanzamiento de la novela se convirtió en una gran perfomance publicitaria: siete azafatas de la aerolínea British Airways llevaron las primeras copias autografiadas del libro en maletines transparentes a siete puntos del mundo significativos para Bond y Fleming: Zúrich, Los Ángeles, Ámsterdam, Ciudad del Cabo, Edimburgo, Dheli y Sydney. Boyd es un conocido admirador del espía “al servicio de Su Majestad”. Su respeto por Fleming quedó evidenciado cuando lo incluyó como personaje en su novela Las aventuras de un hombre cualquiera.
Quien cierra la lista de invitados –al menos por ahora– es el ya mencionado Anthony Horowitz. El nuevo libro se espera para septiembre de 2015.

Banville, Black, Chandler
Desde 2005 John Banville ha venido publicando novelas negras bajo el seudónimo de Benjamin Black. En 2014, el autor de dos rostros dio otra vuelta de tuerca y publicó La rubia de ojos negros, una novela protagonizada por Philip Marlowe, el famoso personaje creado por Raymond Chandler.
No es la primera vez que Chandler es revisitado. Cuando murió, dejó un manuscrito incompleto. Treinta años después, sus herederos decidieron convocar al escritor Robert Parker y darle ese manuscrito para que lo terminara. El libro se llamó La historia de Poodle Springs. Las críticas fueron feroces.
En 2011, Ed Victor, agente literario de Banville, recibió una oferta: los herederos de Chandler le pidieron que hablara con el autor irlandés para consultarle si estaría interesado en retomar a Marlowe. En un principio Banville dijo que no. Tiempo después volvió a pensarlo y decidió aceptar. En realidad, quien escribió La rubia de ojos negros fue su alter ego, Benjamin Black. En una entrevista le preguntaron si lo suyo era una “secuela”, una “continuación” o un “renacimiento”. Él respondió: “Cualquier cosa menos resurrección, porque Marlowe es inmortal y, por tanto, no me necesita para revivir. Mi libro es mío, pero es, antes que nada, un homenaje a un escritor maravilloso, uno de los grandes estilistas del siglo XX, cuyo talento excede en mucho los límites de la novela negra”. Al pedirle su opinión sobre los libros que “reviven” a personajes ajenos, Banville declaró: “Son un acto de ¬canibalismo, pero cuando se hacen con afecto hacia sus creadores y con suficiente destreza, creo que están justificados.” El escritor señaló que no quiso imitar a Chandler sino sólo capturar su espíritu: “Seguro que habrá lectores adictos a Chandler y expertos que se deleitarán en señalar en dónde me he equivocado, pero mi respuesta será “escuchad, este libro es mío, no de Chandler. Además, es una obra de ficción: Philip Marlowe nunca existió”.”
Banville describe su experiencia como “tremendamente divertida” pero no tiene un gramo de ingenuidad en relación al origen del encargo. Ante la pregunta de por qué cree que los herederos decidieron “resucitar” a Marlowe, contesta que, obviamente, el móvil era “hacer dinero”.

Larsson reloaded
La primera entrega de la saga Millenium fue publicada en 2005. Lleva vendidos 78 millones de ejemplares en más de treinta lenguas. Su autor, Stieg Larsson, no llegó a saber que sus libros se convertirían en uno de los tanques del mundo editorial. Murió de un infarto el 9 de noviembre de 2004, a los cincuenta años. 
En este caso el trato con los herederos ha sido bastante más complejo porque hay de por medio una pelea feroz. Eva Gabrielsson, pareja de Larsson durante 32 años, fue desconocida por la familia del autor. Larsson había decidido no casarse como un modo de proteger a su compañera dadas las investigaciones que hacía como periodista y por las que había recibido amenazas de muerte por parte de grupos de extrema derecha.
Ante la falta de testamento, los herederos según la ley son su padre y su hermano. Fueron ellos quienes, en diciembre de 2013, decidieron contratar al periodista y escritor sueco David Lagercratz para escribir el “cuarto libro” de la saga Millenium. Gabrielsson manifestó su desacuerdo en cuanto supo la noticia. Dijo que tratar de sacar más dinero de la trilogía contrariaba todos los principios de izquierda de Larsson y sólo podía leerse como un acto de codicia. El autor se había alejado voluntariamente de su familia muchos años atrás. Su viuda declaró que el móvil era puramente económico: "Tenemos una editorial que necesita dinero y un escritor que no tiene nada para escribir salvo copiar a los demás". 
Lo que no te mata te hace más fuerte llegará a las librerías el 27 de agosto de 2015. La novela retoma los personajes de Larsson (Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist) en lo que ha dado en llamarse una “continuación independiente” con lo que quizás quiera remarcarse que no se trabajó sobre manuscritos inconclusos del autor original. Alrededor de la aparición del libro hay todo un operativo de seguridad para evitar filtraciones. Se dice que Lagercrantz escribió la novela en una computadora sin acceso a internet y que entregó personalmente y en mano el manuscrito terminado. Lagercratz es reconocido como novelista y por haber escrito las biografías del futbolista Zlatan Ibrahimovic, el inventor Hakan Lans y el alpinista Göran Kropp. 
Un dato curioso es que el propio Larsson jugó con la idea de continuar algunos personajes famosos. Antes de escribir su trilogía, consideró la posibilidad de  escribir una historia que indagara cómo sería la vida de Pippi Medias Largas (el personaje creado por su compatriota Astrid Lindgren) en la Suecia contemporánea. De esa fantasía surgió el espíritu y el carácter de un personaje tan inquietante como Lisbeth Salander. El mismo Mikael Blomkvist (compañero de aventuras de Salander) lleva ese apellido en homenaje a otro personaje de Lindgren.

Las damas del crimen 
No fue Conan Doyle el único en cansarse de su propia creación. Ya en 1930 Agatha Christie decía que Hércules Poirot le parecía “insufrible”. Sin embargo, sabía que había muchísimos lectores que adoraban al detective belga.  
Hace un tiempo, Sophie Hannah, una reconocida escritora de novelas de suspenso psicológico, supo que los herederos de Agatha Christie estaban evaluando la posibilidad de contratar a un autor para que escribiera “una nueva novela de Poirot”. Su agente literario fue el primero en decirle que ella era la persona más adecuada. Hannah recordó la idea de una novela que llevaba posponiendo desde tiempo atrás, convencida de que no encajaba en su estilo y que era más bien un policial de enigma clásico. Siguiendo la sugerencia de su agente, se reunió con los herederos de la famosa escritora y les contó ese argumento. La familia se entusiasmó enseguida y decidió que fuera Hannah la encargada de “presentarle” un nuevo caso a Poirot. Los crímenes del monograma fue publicado en 2014 con un buen reconocimiento por parte de la crítica. Su autora dice haber disfrutado la experiencia y estar dispuesta a probar una vez más, siempre y cuando la familia de Agatha Christie vuelva a pedírselo.
Es interesante mencionar un último caso: el de la escritora británica P.D. James, quien aborda un personaje que no pertenece al mundo del misterio pero cuyo nuevo escenario es justamente el enigma y el suspenso. James decidió retomar Orgullo y prejuicio, de su admirada Jane Austen, seis años después del punto en el que termina la novela original. La apuesta consistió en poner a la protagonista, Elizabeth Bennet, en una trama de misterio. No se trata aquí de truco publicitario, franquicia o ambición desmedida de los herederos, sino de un sincero homenaje. Cuando La muerte llega a Pemberley fue publicado en 2011, la crítica destacó la capacidad de P. D. James para recrear el estilo de Austen.



Eugenia Almeida

publicado originalmente en Ciudad X
Junio de 2015