martes, 14 de octubre de 2014

Diarios (1954-1991) - Abelardo Castillo





El que tiene sed


La sed de Abelardo Castillo es una desesperada necesidad de literatura. Leer. Escribir. Estar atento al mundo y a las cosas para volverlas palabra. Saber encontrar en los libros lo que modifica la vida. Ese es quizás el espíritu de estos Diarios (Alfaguara). Pero hay, también, mucho más: un diario íntimo, un cuaderno de bocetos, apuntes de filosofía, reflexiones sobre la escritura, una bitácora de lecturas, un plan de vuelo y una estrategia de combate o supervivencia. El mandato permanente, el desafío, es aquella vieja frase de “Ni un día sin una línea”. Una meta que aunque no pueda cumplirse sirve como brújula en un mundo caótico. Un imperativo lleno de belleza.

Quizás puedan pensarse estos diarios (sobre todo en los primeros años) como una suerte de taller literario en soledad; la lenta y esforzada construcción de un autor. 

Castillo se observa sin indulgencia. Va dejando testimonio de lo literario pero también escribe sobre sus relaciones, sus colegas, los encuentros y las distancias, sus preocupaciones, sus miedos, sus sueños, sus parejas, el alcohol, los estimulantes, la escritura y sus vaivenes, la música, el ajedrez, la idea del suicidio.

El autor vuelve una y otra vez sobre la larga y compleja relación con Ernesto Sabato, un lazo definido como “una amistad imposible”. Aparecen aquí sus charlas con Jorge Luis Borges; la mañana en que recibió un llamado telefónico de Julio Cortázar (ver aparte); el encuentro con Nicolás Guillén en un hotel de Buenos Aires; su fuerte discusión con David Viñas en torno a la relación entre literatura y compromiso político; la amistad con Leopoldo Marechal.

La Historia irrumpe. Castillo habla del Cordobazo, de la muerte del Che Guevara, del día en que un grupo parapolicial entró en su casa, de los levantamientos militares de 1989. Castillo también calla. Y ese silencio se vuelve increíblemente expresivo. “Desde hace cuánto, nada más que muertos. No hablar de esto. No permitir que el terror se meta en mi cuaderno”, dice en agosto de 1976.

Una heterogénea colección de anotaciones (en cuadernos, en libretas, papeles sueltos) que pueden resumirse en unas líneas escritas en 1956: “Estas páginas son, según he podido comprobar, un libro de amor”. 



Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X





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