martes, 9 de febrero de 2016

Festín de clásicos






El escritor italiano Italo Calvino definió a los clásicos como los “libros que ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.” 

Seguramente los lectores saben bien quiénes son Frankenstein, Drácula o Moby Dick. Es muy probable que sepan que Cumbres borrascosas es una novela inquietante, que Crimen y castigo es un libro imprescindible y que Otra vuelta de tuerca es una de las más incómodas historias de un mundo doméstico y, a la vez, sobrenatural. Conocemos los personajes, los argumentos y los comentarios que se han hecho sobre estos libros pero ¿los hemos leído? Posiblemente muchos respondan “no” a esta pregunta. Y quizás aún no hayan dimensionado el tesoro que los espera en esas lecturas. Porque ¿cómo se explica que estos libros se hayan mantenido tan presentes a lo largo del tiempo? ¿Qué potencia oculta hay en estas obras?


Seis imágenes del siglo XIX

Una: 1818. Inglaterra. Se publica Frankenstein o el moderno Prometeo. Lo ha escrito Mary Shelley, una chica de 20 años. La idea había surgido tiempo antes, en una reunión de amigos. Cada uno de los asistentes había aceptado el desafío de escribir una historia de terror. Dicen que cuando era una niña, a Mary le gustaba sentarse a leer en el cementerio, muy cerca de la tumba de su madre. 

Dos: 1847. Inglaterra. Las tres hermanas Brontë publican sus novelas. La familia parece tener una extraña condensación de talento. Emily ha escrito Cumbres borrascosas. Tiene 29 años. Casi todo los días tiene que ir a los bares; su hermano Branwell se emborracha y no sabe cómo volver a casa.

Tres: Herman Melville trabaja como marinero. En uno de sus viajes, luego de desertar, es capturado por una tribu caníbal y vendido como tripulante a otro barco. Al desembarcar, es acusado de amotinamiento y termina en prisión. De a poco descubre que cada vez que cuenta esas anécdotas, la gente se reúne a su alrededor con entusiasmo. Decide escribirlas. En 1851 Melville, de 32 años, publica su sexta novela. No tiene el mismo éxito que obtuvieron sus otros libros. El escritor neoyorquino nunca llega a saber que Moby Dick va a convertirse en un clásico.

Cuatro: 1866. Rusia. Dostoievski tiene 45 años. La primera parte de su novela Crimen y castigo acaba de publicarse en la revista El mensajero ruso. Aún no ha terminado de escribirla. Está lleno de deudas, acorralado por la pobreza. Es adicto al juego. Sufre de epilepsia. Lleva las marcas de haber cumplido una condena a trabajos forzados, acusado de conspiración política. Detenido a los 28 años, su condena inicial era la pena de muerte. Frente al pelotón de fusilamiento, su sentencia es conmutada. Lo envían a Siberia. Seis años después es liberado pero lo obligan a enrolarse en el ejército.

Cinco: 1897. Londres. Bram Stoker, un irlandés de 50 años, publica Drácula. Cuentan que el 7 de marzo de 1890 una pesadilla lo despertó en medio de la noche. En el sueño aparecían dos mujeres rodeando a un muchacho. Querían besarlo pero no buscaban su boca sino su cuello. De repente, aparecía un conde, furioso, que les gritaba que debían detenerse porque ese hombre le pertenecía. Durante seis años Stoker escribió, en todo tipo de papeles sueltos, una novela compuesta de cartas, telegramas, desgrabaciones y diarios personales. Una estructura coral que rompe la idea de un único punto de vista. Dicen que en 1912, al momento de morir, el escritor miraba con insistencia un rincón de la habitación y repetía la palabra “strigoi”. Un término rumano que significa “espíritu maligno”.

Seis: 1898. Henry James publica Otra vuelta de tuerca. Tiene 55 años. Se dice que fue el Arzobispo de Canterbury quien le contó al escritor una historia de dos niños que se relacionaban con los espíritus de los antiguos sirvientes de una casa. De ese núcleo, el autor estadounidense logró extraer una de las más inquietantes historias de fantasmas y locura que existen en la literatura.


Un pionero en el Siglo 20

Hoy estamos habituados a que los libros en papel puedan presentarse en una edición de bolsillo. Pero este formato no existía antes de la década de 1930. Según cuentan, Allen Lane, director de la editorial Bodley Head, volvía de un viaje que había hecho para visitar a Agatha Christie. En la estación de tren buscó algo para leer. Había poco, y no era muy interesante. Decidió que era indispensable poner al alcance de los lectores títulos de calidad en formatos fáciles de llevar y que esos libros deberían venderse en lugares alternativos a las librerías, como las estaciones de tren y los supermercados. Lane les presentó la idea a sus jefes. Como no se mostraron interesados, se propuso hacerlo él mismo. Era 1935. Nacía la editorial Penguin Books. Los primeros autores publicados fueron Hemingway, Agatha Christie y André Maurois. 

Lane también inventó la primera máquina expendedora de libros, a la que bautizó la “Penguincubadora”. La gente que caminaba por Charing Cross Road, en Londres, podía comprar sus libros en plena calle, por unas monedas. El precio en aquella época era de seis peniques, una cantidad equivalente al dinero necesario para comprar un paquete de cigarrillos.

De aquella editorial al enorme grupo que es hoy Penguin Random House hay una larga historia para contar. Pero es bueno traer a la memoria –de lectores y editores– cómo fue que nació esta propuesta y cuáles eran sus objetivos iniciales. Aquella decisión permitió que muchísimas personas, castigadas por las crisis económicas de la década de 1930, pudieran acceder a los libros. Es por eso que el trabajo de Lane y su equipo puede ser considerado un paso importante en la democratización del acceso a los bienes culturales.


Ahora en Argentina

Como parte de la celebración por el 80° aniversario de esta mítica editorial, acaba de inaugurarse la colección Penguin Clásicos en Argentina. En noviembre se abrió el juego con seis títulos de indudable calidad: Cumbres borrascosas, Drácula, Otra vuelta de tuerca, Crimen y castigo, Moby Dick y Frankenstein o el moderno Prometeo. Antes de fin de año se publicarán Rojo y negro, de Stendhal y Madame Bovary, de Gustave Flaubert.

Mariana Vera, directora literaria de la colección, conversó con Ciudad X y señaló que “Penguin Classics revolucionó en su momento la industria editorial, acercando al gran público los clásicos universales en ediciones cuidadas y accesibles. Con ese espíritu, estamos lanzando Penguin Clásicos ahora en la Argentina, con ocho títulos entre noviembre y diciembre de 2015, y más de 30 entre febrero y abril del año próximo. El sello se distingue por el alcance y la variedad del catálogo: son 4000 años de literatura, con textos tan antiguos como el Bhagavad Gita, pasando por la antigüedad greco-latina, el Renacimiento, la Ilustración, el Romanticismo, hasta llegar al siglo XX. Las ediciones se caracterizan además por traducciones cuidadas y la inclusión de un aparato crítico (introducciones, líneas de tiempo, apéndices, anotaciones), realizado por académicos de sólida trayectoria.”

Es importante agregar que la colección tiene previsto, para el primer semestre de 2016, el lanzamiento de la serie “Clásicos de la literatura argentina” con títulos como Martín Fierro, de José Hernández; Facundo, de Sarmiento; El matadero y La cautiva, de Esteban Echeverría; y Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla.

Ítalo Calvino decía que los clásicos son los libros “que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.”

A disfrutar entonces. La mesa está servida. 


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Ciudad X



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