El deseo de narrar
En 1991, Elena Ferrante publicó su primer libro y, antes de hacerlo, les advirtió a sus editores que no estaba dispuesta a hacer nada que supusiera el “compromiso público” de su persona. Ni fotos, ni relato autobiográfico, ni giras de promoción. La obra debía sostenerse por sí misma. Ella estaba presente, por completo, en su narración; no había nada más para agregar.
Han pasado veintisiete años de aquella decisión. A la par del reconocimiento mundial por su tetralogía Dos amigas, hubo innumerables pesquisas para “revelar” su identidad. La tozudez de buscar en un nombre “real” algo que es absolutamente innecesario para disfrutar los libros de Ferrante y ese ritmo seco y sincopado que habla del abandono, la violencia, el patriarcado, los derrumbes, la amistad y la locura.
La madre de Ferrante usaba una palabra precisa para nombrar “cómo se sentía cuando era arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la herían”. Una palabra napolitana: “frantumaglia”. Una sensación que sacudía el cuerpo hasta lo insoportable. La cabeza llena de fragmentos dispersos, divergentes, en tensión.
Esa palabra arraigó en Ferrante, condensando en su memoria muchas escenas de infancia y convirtiéndose luego en un modo de llamar a un estado intrínsecamente relacionado con la escritura.
La Frantumaglia es ahora el título del último libro de la escritora italiana publicado en español. Una extensa recopilación de entrevistas y cartas que ha intercambiado con sus editores, sus lectores y diversas personas que han trabajado sobre su obra.
De algún modo, son varios libros en uno. Quienes hayan leído a Ferrante podrán saber mucho más del detrás de escena de sus relatos. Quienes aún no la han leído, probablemente sientan el impulso de hacerlo. Para quienes están interesados en los procesos de escritura en general, el libro es un bellísimo dispositivo que vuelve una y otra vez a los secretos del oficio para desentrañarlos, para enrarecerlos, para iluminarlos en su complejidad.
La voz de Ferrante es, sin dudas, la de una gran escritora pero, también, la de una lectora sensible que sabe leerlibros, personas, paisajes, épocas y modos de ver el mundo. En La Frantumaglia se habla de política, de feminismo, de psicoanálisis, de cine, de literatura y de los singulares modos en los que nos relacionamos como especie.
Como casi todos los entrevistadores insisten en torno al tema de su “reserva”, el libro es también un ejemplo de paciencia casi oriental que se despliega en las mil formas de decir lo mismo: “deseo que el rincón de la escritura siga siendo un lugar oculto, sin vigilancias ni urgencias de ningún tipo.”
En una de las entrevistas, a Ferrante le preguntan qué le gustaría que no cambie. La respuesta es certera: “El deseo de narrar”.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Número Cero
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