Distopías, revelaciones y compromiso
La escritora canadiense Margaret Atwood ha publicado más de cuarenta libros. Aunque hoy es reconocida principalmente como novelista, también ha escrito cuentos, guiones televisivos, obras de teatro, poesía, libros para niños, historietas y novelas gráficas.
Había comenzado la Segunda Guerra. El mundo cambiaba para siempre, evidenciando hasta qué punto el futuro dejaba de ser horizonte de utopías para convertirse en el escenario de la crueldad. 1939.
En Canadá, en la casa de un entomólogo y una nutricionista, nacía Margaret Atwood, la chica que iba a crecer entre los bosques y los libros. La que iba a encontrar en la escritura un modo de decir lo necesario, lo imprescindible. La que iba a convertirse en una de las voces más potentes de la literatura contemporánea. La que hoy sigue destilando historias imposibles de ignorar.
Botánica, periodismo, filología, literatura
Pasó su infancia en el norte de Quebec, rodeada de naturaleza. No había televisión, ni teatros, ni escuela. A veces lograban sintonizar una emisora rusa en la radio. Si el tiempo era bueno, la aventura estaba en el bosque. Si llovía, estaba en los libros. No sólo se trataba de leer. También entraba ahí la escritura. Junto a su hermano, Atwood hacía historietas y armaba sus propios libros plegando el papel y diseñando las tapas. El primero que hizo, a los siete años, contaba la historia de una hormiga.
Su deseo inicial era dedicarse a la botánica. A los diecisiete años quería ser “una mezcla entre Katherine Mansfield y Ernest Hemingway”. Quería estudiar periodismo, pero un pariente le hizo cambiar de idea cuando le vaticinó que, por ser mujer, iba a pasarse la vida escribiendo necrológicas y artículos para las “páginas femeninas”.
Su primer poema llegó por esos años. "Un día que iba de vuelta a casa desde la escuela por el furtivo camino de costumbre, un enorme pulgar invisible descendió del cielo y se apoyó en lo alto de mi cabeza, presionándome. Entonces surgió un poema.”
Y esa es la sensación que uno tiene al leer a Atwood. Que algo ha venido desde arriba a presionar, a abrir, a buscar la palabra que lo nombre. Palabras que nos permiten abrir los ojos, ver de qué estamos hechos, cómo construimos nuestra realidad, cómo manipulamos el lenguaje para defender y volver incuestionable lo que, sabemos bien, podría ser de otro modo.
En 1961 Atwood terminó sus estudios en filología inglesa e imprimió su primer libro ella misma. Se ocupó incluso de hacer la serigrafía que aparecía en la portada.
Su primera novela, La mujer comestible, fue publicada en 1969. Luego vendrían El cuento de la criada, Ojo de gato, Alias Grace, El asesino ciego, Oryx y Crake, Penélope y las doce criadas, Por último, el corazón y La semilla de la bruja, entre otras.
Su estilo es único, personal. Un humor filoso que puede tallar por detrás del horror. Un interés constante en la pérdida de derechos, en el constreñimiento de las libertades individuales, en la progresiva corrosión de los lazos sociales, en los riesgos de todo proyecto que borre las diferencias, en lo político que yace en los gestos íntimos, en el poder del lenguaje, en el deterioro del medio ambiente.
En el último tiempo, Atwood ha retomado la historieta (un género que trabajó en la década del 70, con el seudónimo de Bart Gerrard). La editorial Sexto piso acaba de publicar el primer tomo de AngelCatbird, la historia de un ingeniero genético que a raíz de un accidente mezcla su ADN con el de un búho y un gato.
Dos de sus libros más famosos (El cuento de la criada y Alias Grace) han sido reeditados por Salamandra a raíz del éxito de dos series basadas en estas historias. Atwood aparece brevemente en ambas series, haciendo un cameo, en un juego de estar dentro de sus propias obras.
Hacer el listado de premios que ha recibido la escritora canadiense sería tedioso. Baste decir que entre ellos está el ManBooker (que donó a asociaciones en defensa del mediambiente), el Princesa de Asturias, el Arthur C. Clarke, el Franz Kafka y el Premio de la Paz de los libreros alemanes.
Cuando en 2013 Alice Munro ganó el Nobel, muchos dieron por sentado que Atwood ya no recibiría ese galardón. El casillero “mujer canadiense” era demasiado específico como para volver a repetirse. Y sin embargo, en el plano de las especulaciones, se pronosticaba que 2018 era el año de Atwood para el Nobel. La enorme visibilidad que ha cobrado su obra hizo que su nombre sonara una y otra vez. Lamentablemente, la Academia Sueca decidió suspender la entrega del Premio, en repuesta a las acusaciones de encubrimiento de situaciones de acoso sexual. Una respuesta que, por supuesto, no repara ni resuelve nada.
Hablemos de género
Muchas veces se ha situado a Atwood en la categoría de la ciencia ficción, un etiquetamiento que ella discute. La autora insiste en señalar que ese género inventa mundos fantásticos y que, por el contrario, sus novelas sólo exacerban lo que ya existe. Cuando escribía El cuento de la criada (en una máquina de escribir alquilada, en la ciudad de Berlín, en 1984), su decisión era “no incluir en el libro ningún suceso que no hubiera ocurrido ya en lo que James Joyce llamaba la “pesadilla” de la historia”.
Esta novela es quizás su obra más reconocida. Una distopía futurista donde la mayoría de las mujeres han perdido sus derechos y son utilizadas como “incubadoras” vivientes cuyo único rol es ser “reproductoras” de la especie. Una dictadura teocrática que, bajo la iconografía católica, ejerce un poder absoluto sobre los cuerpos de las mujeres. La autora dice que se trata de una “antiprofecía” porque aún estamos a tiempo de que no suceda.
Desde el inicio de su carrera, se la ha señalado como una escritora feminista. Atwood, con su habitual ironía, alguna vez dijo que en realidad está a favor de defender la dignidad de las personas y que sostiene la revolucionaria idea de que las mujeres son, también, personas.
Activista comprometida –y señalada por la revista Time como una de las cien personalidades más influyentes del planeta–, la escritora canadiense estuvo en las calles durante las protestas que hicieron miles de mujeres cuando Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos. En muchas de esas manifestaciones hubo mujeres vestidas con uniformes similares a los de El cuento de la criada, protestando contra las políticas de recorte de derechos. También había carteles que decían “Hagamos que Atwood sea ficción otra vez”.
Cuando la escritora visitó Buenos Aires el año pasado, se contactó con el colectivo Ni una menos y se informó sobre la situación de las mujeres en el país.
Atwood está muy presente en las redes sociales y las utiliza para comprometerse públicamente. El 25 de junio, la mirada recayó sobre Argentina y sobre el debate en torno a la Ley de interrupción voluntaria del embarazo. La escritora recurrió a twitter para enviarle un mensaje directo a la vicepresidenta Gabriela Michetti: "No aparte la mirada de las miles de muertes que hay cada año por abortos ilegales. Dele a las mujeres argentinas el derecho a elegir".
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Número Cero
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