lunes, 28 de octubre de 2013

Comentario de Emanuel Rodríguez sobre "La pieza del fondo"


La verdad está en los otros

Emanuel Rodríguez      La Voz del Interior     



En ningún momento de esta novela la narradora se detiene a meditar, por ejemplo, ni se demora en alguna clase de ensayo, ni recurre a los modos contemporáneos de combinación entre ficción y opinión o ficción y compromiso social: en La pieza del fondo la acción avanza a una velocidad acelerada por la cantidad de diálogos y por el uso constante de oraciones cortas y descripciones brevísimas, y por el despliegue de una serie de intensas historias entrelazadas. Y sin embargo la novela no deja de ser mucho más que un libro de ficción, y provoca la sensación de estar frente a un ejercicio meditado, una reflexión humanista sobre los vínculos, la empatía, la solidaridad y la crueldad. Un libro amable acerca de lo abominable, como si para hablar del abandono, Eugenia Almeida se hubiera propuesto construir un refugio, o como si para hablar de la soledad se hubiera puesto en mente la invención de la compañía.


La desaparición de un mendigo es el punto de partida de la novela. Una moza que solía regalarle comida comienza a buscarlo, mientras un policía habla con él en la comisaría, antes de que sea trasladado a una clínica psiquiátrica. A esa clínica llega Elena, quien completa el grupo de personajes principales, un triángulo cuyos lados parecen estar dibujados por la capacidad de entrega, la empatía y la posibilidad de hacer algo por los otros. Esa parece ser la cuestión principal en la literatura de Almeida: la ocasión de ayuda, el riesgo de romper el hábito egoísta.

En La pieza del fondo todo ocurre “del otro lado” de las cosas: “del otro lado del vidrio, del otro lado de la calle”, “del otro lado del mundo”. Los protagonistas sufren la tragedia de no conocer al otro y aprenden a acercarse. “Lo que me desvela es no reconocer”, dice Elena. Y más adelante, dos capítulos consecutivos terminan con estas afirmaciones: “El peor dolor es el que siente el otro” y “La verdad está en los otros”. Sobre esos pronunciamientos la novela precipita su sentido humanista y construye el punto de encuentro de las anécdotas, un punto de choque que marca al mismo tiempo la máxima proximidad entre las personas y el inicio de su distanciamiento, uno de esos relámpagos que iluminan un árbol y simultáneamente lo queman, como si pusieran a prueba la madera a la que alumbran.

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