Comparto el texto que escribió Osvaldo Aguirre
en el blog "Las vueltas del camino"
Interferencias en la historia
Desde la Gente publica Hecho en Argentina, una antología que preparé con relatos de ficción sobre episodios históricos. El prólogo que escribí para el libro.
Desde sus orígenes a la actualidad, la Historia nacional atraviesa a la literatura argentina como uno de sus principales objetos de escritura. Los relatos sobre el pasado no están dados de una vez para siempre sino, por el contrario, en permanente debate, y la ficción ocupa un lugar central en ese marco, desde las posibilidades que plantea para reabrir cuestiones que parecían cerradas hasta los recursos y puntos de vista que ofrece a los propios historiadores, necesitados no solo de buenas fuentes para construir sus textos sino también de los procedimientos narrativos que tienen su banco de pruebas en la literatura.
La literatura aborda a la Historia sin las obligaciones del estudio especializado, y también sin ocultar que el relato no es una construcción objetiva, y tampoco inocente respecto a su oportunidad y al modo en que puede intervenir en las discusiones sobre los procesos históricos. El escritor se acerca a los hechos desde una posición singular: protagonista, testigo, cronista imaginario, las estrategias son inagotables; puede reavivar los acontecimientos con operaciones que un investigador formal no se permitiría, como ceder su voz a los personajes o hablar desde su propia intimidad, un dominio vedado para la historiografía.
No todo el pasado, además, interesa de igual manera en cualquier coyuntura, y los acontecimientos y los personajes que ocupan las preocupaciones actuales nos dicen algo, ante todo, del propio presente. Tampoco son las efemérides las que rigen el calendario, sino los procesos y las circunstancias de cada momento. La ficción es una línea conductora de las indagaciones, anticipándose con frecuencia a las búsquedas académicas, o contestándolas cuando parecen instalar una versión.
Hasta no hace mucho la relación entre literatura e historia era entendida como la oposición inconciliable entre la ficción y la verdad, dos registros que no podían tener ninguna contaminación. Desde que los relatos –los de la literatura, los de la historia- están conducidos por determinados procedimientos y recortes, y proyectados en función de generar ciertos sentidos, las distinciones y las jerarquías entre los registros se relativizan. Hay textos historiográficos que resultan bastante engañosos sobre los períodos que pretenden documentar, y ficciones que movilizan nuevas preguntas y reflexiones.
Hecho en Argentina propone un recorrido por el universo de las versiones literarias de la Historia nacional, en una línea que va desde “El veintiséis”, de Juan Sasturain, recreación de un episodio trasegado de la historia escolar, hasta “El grito”, de Florencia Abbate, una de las primeras versiones sobre la crisis de 2001. Los textos han sido ordenados de acuerdo a la cronología de los hechos históricos.
El cuento de Sasturain revisa la gesta de la Revolución de Mayo desde un punto de vista que combina el humor con la observación de un gusto por la intriga de larga proyección en la historia siguiente. Como si tuviera un poderoso lente de aumento, la ficción amplia un detalle mínimo, tal como está enunciado en el acápite, y de esa manera imagina circunstancias que rodean a un hecho histórico, no en un afán de mostrar un supuesto “detrás de escena” sino de tramar cierta reflexión en un juego entre el pasado y el presente. Los cruces de verdad y ficción son también uno de los temas de “El náufrago de las sombras”, donde Carlos Dámaso Martínez presenta a un historiador que transcribe un manuscrito sobre las causas de la muerte de Mariano Moreno. El misterio que nunca se pudo resolver parece a punto de alcanzar su resolución, pero una nota al pie indica que la autenticidad del documento no ha sido comprobada con lo que se redobla el interrogante original, y quizá la sospecha de que los enigmas, aunque parezcan impenetrables, son reveladores respecto al juego de fuerzas implicadas en su creación y en su persistencia.
Si las últimas palabras de Mariano Moreno son una de las citas predilectas de la historiografía tradicional, las de Cabral adquieren el sentido de apuntalar un proyecto de nación: el soldado que se sacrifica para salvar al general San Martín, el que da su vida por la patria, es uno de los emblemas de la causa libertadora. El relato de Martín Kohan retoma esa versión mítica desde las propias palabras adjudicadas al protagonista, para desmentirlas al cabo de una minuciosa reconstrucción en la que Cabral no alcanza a comprender la dimensión de los hechos y muere triste y confundido, pese a la declaración que la historiografía liberal puso en su boca.
“Las doradas colinas de octubre”, de Juan José Manauta, focaliza en un grupo de soldados entrerrianos que se repliegan después del desbande de las tropas de Ricardo López Jordan, derrotadas por Buenos Aires. La historia permite asomarse a las circunstancias de las guerras que surcaron la política argentina en la segunda mitad del siglo XIX, evocadas con pulsión lírica: “Buscábamos la tierra natal, la primavera y la niñez, las doradas colinas de octubre, por estupidez más que por añoranza. Nada que valiera algo teníamos allí que cobijar, nada que nos perteneciera. Éramos nosotros pertenencia de un pago arisco en esos días”, anota el narrador. Pedro Orgambide retrata personajes anónimos como Manauta, aunque en otro momento de la Historia: la semana trágica de enero de 1919, como se conoció a la feroz represión de un movimiento popular originado con la huelga en los talleres Vasena.
En ese sentido, “Caen los pájaros con el calor de enero” propone una especie de diálogo coral, en la que distintas voces traman la secuencia de los hechos y sus principales aspectos: los efectos de la represión, la acción de los huelguistas, la intervención de los carneros, la reacción popular ante el “maximalismo”. Las circunstancias no están dadas por la acción de un narrador, sino que se desprenden directamente de las palabras de los personajes. En “Buenos augurios”, con otros procedimientos, María Angélica Scotti también apunta a rescatar las voces de los protagonistas anónimos, en un texto que vuelve sobre otro de los grandes episodios que anuda la historia y el mito en los relatos sobre el pasado –las actividades de la Fundación Eva Perón, y a través de ella la obra social del primer peronismo- y pivotea en torno a las reacciones del pueblo, sus contradicciones entre la esperanza y el escepticismo y el descubrimiento de que la pobreza no es parte de ninguna fatalidad o naturaleza sino efecto de un orden social. “Inauguración”, de Jorge Yaco, remite a su vez al personaje de Evita, desde la figura del médico Ramón Carrillo, ministro de salud pública en la presidencia inicial de Perón, evocado en su momento de agonía. “Frente a la enfermedades que engendra la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como agentes de enfermedad, son unas pobres causas”, decía Carrillo en una reflexión característica de su perfil de hombre de ciencia comprometido con su tiempo y su país. “Cabecita negra”, de Germán Rozenmacher, condensa de manera ejemplar las tensiones sociales de la época, en la confrontación entre el señor Lanari, típico representante de la clase media antiperonista, y una prostituta que lo saca de la seguridad de su casa en mitad de la noche y lo vuelve oscuramente consciente de que algo ha cambiado para siempre en su vida.
En “El tero y la serpiente”, Rogelio Demarchi actualiza otra cita histórica, la de Camilo Uriburu, designado interventor en la provincia de Córdoba en marzo de 1971 por el presidente de facto Roberto Levingston: “Confundida entre la múltiple masa de valores morales que es Córdoba, por definición, se anida una venenosa serpiente, cuya cabeza quizás Dios me depare el honor histórico de cortar de un solo tajo”. La bravata quedó sepultada poco después por la insurrección popular que unió a obreros y estudiantes y se conoció, precisamente, como el Viborazo, secuela del Cordobazo de mayo de 1969. Demarchi sitúa su cuento en un pueblo del interior provincial, La Noria, cuya vida gira en torno al molino del ingeniero Pablo Echenique, quien “se siente depositario y custodio de los valores ancestrales de la localidad”. Una protesta gremial dispara una serie de hechos que progresan vertiginosamente y son narrados por distintos personajes, en un texto que se propone, en su desenlace, con el carácter de un documento.
La última dictadura cívico-militar dejó una fuerte impronta en la literatura argentina. En este libro, la selección del período comienza con “Descansar en paz”, un cuento publicado por Bernardo Kordon en 1984, cuando la recuperación democrática daba un nuevo impulso al reclamo por las violaciones a los derechos humanos. Fue uno de los primeros textos dedicados a la temática de los desaparecidos, en una ficción basada en un episodio real, el que sufrió Elena Belmont, una de las integrantes de las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario.
Eduardo Sguiglia, en “Operación Gaviota” (de su novela Los cuerpos y las sombras), vuelve sobre un episodio poco conocido en la historia de las organizaciones armadas: los planes del Ejército Revolucionario del Pueblo para atentar contra el dictador Jorge Videla. La ficción pone en escena a dos antiguos militantes, y a través de su conversación las cuestiones y los debates pendientes en el pasado, la valoración de las víctimas y de los sobrevivientes, la comprensión histórica de la lucha armada. “Yo me pregunto si ahora, después de tanto tiempo, vale la pena saber o discutir lo que ocurrió en aquellas circunstancias”, dice uno de los personajes, pero los interrogantes y los aspectos aun no resueltos son más fuertes que las dudas.
En “Siluetas”, Eugenia Almeida toma como personaje a un policía de la sección criminalística, encargado de trabajar en lo que habitualmente se conoce como escena del crimen. Aislado de las circunstancias concretas de las muertes de que le toca ocuparse, el protagonista se vuelve tan fantasmal como las propias siluetas que traza y cuya deliberada indeterminación refiere a la violencia policial en sentido amplio. “María de la güerra”, de Paz Georgiadis, presenta otro efecto de la represión de los años 70, el del exilio de los militantes políticos. El relato cuenta al modo de un diario personal el viaje de una madre con su pequeña hija a Europa poco después de la desaparición del padre; los hechos son narrados a través de la perspectiva de la niña, por lo que los sucesos históricos ingresan de modo lateral, a través de pocas y significativas menciones, que cargan de extrañeza el detalle de la vida cotidiana en el nuevo lugar. Las experiencias políticas de los años 70 tienen una visión crítica en el personaje de “El grito”, de Florencia Abbate, en contraposición al militante que trata de promover acciones en medio de la represión de diciembre de 2001 y la caída del presidente Fernando De la Rúa. El relato registra la convulsión de aquellos días y a la vez apunta a iluminar el período menemista y a reflexionar sobre el funcionamiento de la clase dirigente: “estaba muy equivocado en subestimar a los poderosos que en la última década habían logrado cosas bastante notables: corromper a la gente sin que nadie notase cuán mezquino y miserable se volvía, ahogar la ya escasa bondad del ciudadano en la avidez de placeres egoístas, y construirle la ilusión de que Argentina gozaba mundialmente de un lustre que, en realidad, no tiene en absoluto”, dice el narrador.
La guerra de Malvinas es el tema de “Niebla”, de Marcelo Britos, centrada en principio en un grupo de soldados argentinos en la inminencia de la batalla y que sobre el final se ubica sorpresivamente del otro lado de la línea de fuego, y también de “Clase 63”, de Pablo De Santis, en torno a dos amigos que hacen el servicio militar cuando se declara el conflicto. Los peluqueros que aparecen en el principio proporcionan una clave del cuento: “Luigi no hablaba nunca, excepto cuando decía su frase de cabecera. Gramaticalmente eran tres frases, pero podemos considerarla solo una. Todos los pequeños problemas y preocupaciones de los clientes quedaban aplastados por esa sentencia. ¿Quién se hubiera atrevido a discutirle? La charla interminable de Alberto nos hablaba de los pequeños placeres y percances que hacen nuestra vida. La frase única de Luigi nos recordaba el feroz peso de la Historia. Había que escuchar a uno y a otro para tener una mirada equilibrada sobre el significado de las cosas”. Ese tipo de atención, el contrapeso de lo grande y lo pequeño, definen quizá lo particular del saber literario, aquello que la ficción puede aportar para acercar y comprender mejor los hechos del pasado.
Osvaldo Aguirre
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