El buen modo
En 1981, durante seis meses, la escritora Gabriela Massuh conversó con María Elena Walsh sobre su vida y su obra. “Nací para ser breve” presenta parte de esas conversaciones enmarcadas en un relato que las ilumina.
Es enero de 2011 y Gabriela Massuh está pasando un mes en una quinta prestada en la que debe cuidar el jardín, mantener el agua de la pileta y combatir las hormigas como un modo de corresponder la hospitalidad. Los días pasan mientras trabaja en una novela. La escritura, el recogimiento, una perra setter que habita esa soledad construida por el deseo. Como cada mañana, las voces de Radio Nacional llenan el aire. Y desde ahí, desde ese murmullo, llega la trama de sonidos que irrumpe, que rasga las cosas de un modo irreparable, señala un mojón y divide el tiempo en dos. Se oye la voz de un locutor anunciando la muerte de María Elena Walsh. Para todos nosotros, la juglar incomparable, única, irrepetible. Para Massuh, además, una de las personas a quien más ha querido en su vida; la otra punta de un lazo de amor.
Massuh relata ese once de enero con la maestría ya demostrada en sus novelas. Vuelve a esa prosa limpia y singular que lleva su marca. Pero esta vez se trata de contar lo vivido. Darle espacio a una voz amada, creando un ambiente. La descripción del paisaje (fuera de uno, dentro de uno) tiene una fuerza insospechada: las imágenes permiten comprender la minuciosa contundencia de esos momentos nodales.
A mediados de 1981, cuando a María Elena Walsh le diagnosticaron cáncer, Massuh decidió hacerle una larga entrevista. Seis meses atravesados por conversaciones que sirvieron de apoyo en un momento turbulento y que hoy, treinta y seis años después, llegan como un regalo para aquellos que podemos participar –de un modo desplazado– de aquellas charlas. Testigos privilegiados de esa red de palabras por la que Walsh camina para contar parte de su vida, siguiendo (o eludiendo) los caminos dibujados por Massuh. No se trata sólo de un intercambio de preguntas y respuestas sino de esa ceremonia prodigiosa que es quererse dejando que intervengan las palabras. Se trata de un arte, sin dudas; una construcción amorosa de la fe en el otro, en sus historias, en sus relatos, en su modo de decir. Esas conversaciones fueron grabadas y luego transcriptas para que Walsh las leyera, las corrigiera y diera su visto bueno. Cuando todo estaba listo, Massuh sintió que quizás ella no estaba a la altura del desafío. El proyecto esperó, suspendido. En 2017 se transformó en el libro Nací para ser breve.
Tengo tanto que agradecer
Massuh escucha a la Walsh por primera vez a los trece años, cuando ve “Doña Disparate y Bambuco”, el espectáculo a dúo con Leda Valladares. Cinco años después verá “Recital para ejecutivos”, el concierto en el que Walsh da el salto a las canciones “para adultos”. La fascinación está ahí, en esa mujer que se para en el escenario y ostenta una versatilidad sorprendente. Luego se conocerían personalmente en París.
Además de la conversación con María Elena Walsh, Massuh ofrece tramos de su propia vida. Para quienes admiramos a ambas escritoras, el libro tiene un doble valor. Massuh va reconstruyendo no sólo su lazo con Walsh sino también una época, un clima, un ambiente: el paisaje en el que surgió esta artista inclasificable.
En Nací para ser breve aparecen los gatos, las cartas, la lectura, los amigos, los libros, la infancia, la adolescencia, el golpe de 1943, la Escuela de Bellas Artes, la complejidad del Peronismo, los primeros amores, la publicación de Otoño imperdonable en 1947, un libro elogiado por Borges, Rafael Alberti, Ángel Rama y Pablo Neruda, entre otros. Walsh habla de su relación con Juan Ramón Jiménez, del entierro de Evita, de los cabarets de Paris en los que cantaba junto a Leda Valladares, de la poesía infantil y sus desafíos, de la poesía como juego, como travesura.
Los detalles del oficio brillan de un modo perfecto (“Un poema se anunciaba previamente a partir de una indeterminada sensación, una especie de punta de hilo inconsciente.”). Y brilla también lo sugerido, lo no dicho, lo protegido en la intimidad, el sentido del humor, el placer por las palabras, la capacidad de anticiparse a los tiempos, la conmovedora relación con Sara Facio (“un amor que no se desgasta sino que se transforma en perfecta compañía”).
Leyendo este libro, resuena una de las más hermosas canciones de la Walsh: “El buen modo”. Aquellos versos en los que la poeta agradecía los gestos de aquellos que nos ofrecen agua cuando arrecia la sed, pan cuando asola el hambre, consuelo ante las lágrimas, hospitalidad frente a la intemperie. Una canción que comienza diciendo: “Tengo tanto que agradecer”.
¿Cuándo se termina una conversación? ¿En qué momento esa delicada construcción del amor se detiene? Leyendo el libro de Massuh, es evidente: ni siquiera la muerte nos interrumpe. Sigue la voz amada sonando dentro de uno.
Eugenia Almeida
Publicado originalmente en Número Cero - La Voz del Interior
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