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lunes, 14 de mayo de 2018

Natalia Ginzburg



Todos estos años de gente

Celebrando los cien años del nacimiento de Natalia Ginzburg, Lumen reedita algunas de sus obras clave. Datos para redescubrir a una de las escritoras más singulares de la literatura italiana. 

Los pequeños detalles de la vida, la familia como refugio pero también como cárcel, los lazos como redes donde sostenerse o ser atrapados, las voces cotidianas que se cruzan en el aire construyendo realidad. Una visión de carne y hueso de la Historia. Gente. Esa es la materia básica de cada línea escrita por Natalia Ginzburg. Como si hubiese comprendido que no hay nada más. Que, siempre, la medida de lo que pasa está en las personas.

Natalia Ginzburg nació en Palermo, en 1916. Su apellido era Levi. Hija de un profesor de anatomía judío ateo y de una católica socialista. Su padre estaba convencido de que la escuela era un hervidero de microbios y bacterias y por eso Natalia fue educada en casa, tutelada por profesores particulares. Una casa antifascista a la que empezaban a llegar las presiones, los aprietes, las detenciones.

También llegaron los amigos, como Leone Ginzburg, ese intelectual de origen rumano que daba clases de literatura rusa. Leone había pasado dos años preso y era uno de los fundadores de la mítica editorial Einaudi. Natalia Levi se casó con él a los veintidós años.


No nos curaremos nunca de esta guerra. 

En 1942 Natalia publica su primera novela: El camino que va a la ciudad. El libro aparece bajo el seudónimo Alessandra Tornimparte. Los apellidos Levi y Ginzburg delataban un origen judío que implicaba persecución. Natalia y Leone tienen tres hijos. Por órdenes del gobierno fascista, la familia es obligada a vivir en Pizzoli. En 1943, luego de la caída de Mussolini, regresan a Roma. Una noche, tarde, un amigo trae una noticia insoportable: la Gestapo acaba de arrestar a Leone. Hay que escapar. Leone muere poco después en uno de esos calabozos, con la mandíbula partida en plena tortura, abandonado por sus verdugos.

Las marcas son imborrables. Natalia escribe: “No nos curaremos nunca de esta guerra. Es inútil. No seremos nunca más gente serena, gente que piensa y estudia y compone su vida en paz. Mirad lo que han hecho con nuestras casas. Mirad lo que han hecho con nosotros.”
¿Qué fue lo que le permitió sobrevivir? Quizás ese terco gesto de seguir escribiendo. Natalia resiste. Va a la Editorial Einaudi y pide trabajo. Allí corrige, asesora y traduce a Flaubert, Maupassant, Proust y Duras. 

Vuelve a casarse en 1950. Esta vez, con un especialista en literatura inglesa. Tiene con él dos hijos. Publica Todos nuestros ayeres

En 1963 actúa –interpretando a María de Betania– en El evangelio según San Mateo, la película de Pier Paolo Pasolini. Ese mismo año gana el Premio Strega por Léxico familiar, quizás su obra más conocida. En 1983 es elegida diputada por el Partido Comunista Italiano.


Sobre nosotros

Ítalo Calvino decía que la literatura de Natalia era “ejemplarmente bella pero tristísima”. Cada vez que él terminaba de escribir algo, se acercaba al escritorio de ella para pedirle su opinión.

Si uno se asoma a las fotografías de Ginzburg sorprende recuperar casi siempre el mismo gesto, la misma postura: un rostro levemente inclinado, una mirada dura, de quien ha visto, de quien aún sigue, de quien ha resistido y está aquí para hablar de eso. Sin concesiones, nombrando detalladamente los mojones, el inventario de los detalles que nos hacen quienes somos. No tenía vanidad pero sabía cuál era su terreno. “Mi oficio es escribir, y lo sé bien y desde hace mucho tiempo. Espero que no se me interprete mal: no sé nada sobre el valor de lo que puedo escribir. Sé que escribir es mi oficio”. Murió  en octubre de 1991.

En 2016, cuando se cumplieron cien años de su nacimiento, Lumen decidió reeditar algunas de sus obras clave. En 2017 aparecieron A propósito de las mujeres y La ciudad y la casa. En el primero encontramos un puñado de cuentos tallados con voz afilada. Lazos. La hipocresía, el engaño, la traición. Niños que se atreven a asumir que no quieren a su madre. Matrimonios sin amor, desesperación, suicidio, la paz entendida como la falta de deseo. Fragilidad.

La ciudad y la casa es una novela epistolar donde se tensionan los territorios de lo público y lo íntimo. Lo personal y lo social. La vida pasa y los hijos se transforman, los amantes se convierten en amigos o en desconocidos. Se atraviesa la muerte de los seres queridos y el peso de los secretos. Uno de los personajes dice: “Mires a donde mires encuentras infancias difíciles, insomnios, neurosis y problemas”. La novela está habitada por ese ritmo tenaz del que está lejos, del que da y pide noticias, siempre mordidas por un lenguaje escueto y elemental. 

La obra de Ginzburg ha sido encasillada en un extraño territorio que algunas personas llaman “libros para mujeres”. Quizás porque el eje de su escritura está en el microcosmos de las relaciones más cercanas. Desentrañar la estupidez de ese encasillamiento es innecesario. Ginzburg habla de personas. Habla de nosotros.


Eugenia Almeida

Publicado originalmente en Número Cero
La Voz del Interior



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