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lunes, 28 de mayo de 2018

Recuerdos: Mi última entrevista a Abelardo Castillo.




“Hasta teníamos la sospecha 
de que el futuro del hombre era posible”

Abelardo Castillo presenta “Del mundo que conocimos”, una colección de cuentos donde dibuja su “mapa  personal”. En charla con Número Cero, el gran escritor argentino habla de su último libro.


En las primeras líneas del prólogo, Abelardo Castillo advierte: este no es un libro nuevo; “es apenas un nuevo libro”. Se trata de una aclaración especialmente dirigida al “lector atento” pero, al mismo tiempo, es un gesto relacionado con la ética. Cuentas claras, ningún engaño que pueda sumarse a ese género tramposo que Castillo llama las “sobras completas”. Del mundo que conocimos no incluye cuentos nuevos y sin embargo tiene la potencia de ser un dibujo del autor: el artista traza un recorrido propio, íntimo, “un mapa personal”. Quince relatos que construyen una constelación. Cada quien  imprimirá sobre ese conjunto una imagen diferente, con la certeza de que la trama que los une es, en cierto modo, un secreto que Castillo comparte con sus lectores en una lengua que aún está por descubrirse.

Un grupo de amigos, un prostíbulo, una navidad siniestra, un mendigo, la propuesta de un suicidio colectivo, un tren a un destino definitivo, un regreso imposible, un gesto de venganza. El alcohol y sus caminos, los desbordes, el arrepentimiento, la brutalidad, la conciencia, la mentira, la hipocresía, la muerte, la escritura, la locura, el miedo, la memoria, la pasión, la soledad, el fracaso, el desengaño, la crueldad. Islas del archipiélago Castillo que se van entrecruzando con menciones, ecos u homenajes a Discépolo, William Blake, Shakespeare, Kierkegaard, Edgar Allan Poe y Kafka. Todo eso cabe en Del mundo que conocimos.

–Usted define este libro como “un mapa personal” ¿Cuál es el territorio que releva? ¿Su vida? ¿Su obra? ¿Su modo de leer?

–Los tres. Yo puedo dar cuenta sólo de uno, mi vida, que es el que menos importa en un libro de ficción. Los otros dos, las relaciones con mi obra y mi modo de leer pertenecen más bien a la crítica, al análisis crítico, que no es el terreno más feliz para un autor.

–Sus “Diarios” y “Del mundo que conocimos” ¿son mapas del mismo territorio o cartografías de paisajes diferentes?

–Para decirlo con tus mismas palabras, son una cartografía de paisajes diferentes pero del mismo territorio: el territorio, por decirlo así, vengo a ser yo.

–El número de cuentos a incluir ¿lo descubrió al terminar la selección o era algo ya decidido?

–Empecé pensando en trece cuentos, que es mi número cabalístico: el número de relatos que tenía la primera edición de Las otras puertas. Me pidieron dos más. Entonces le dije a Sylvia Iparraguirre que ella me eligiera esos dos. Fueron “Por los servicios prestados y “El hermano mayor”; coincidían con mi propósito y los incluí. ¿Cuál era mi propósito? No era un propósito estético, y por eso no llamo antología a este libro. Hay por lo menos dos o tres cuentos míos que en una antología estricta quizá deberían estar y sin embargo no están. Uno es “Noche para el negro Griffiths”. Otro es “Vivir es fácil, el pez está saltando”, y otro “El decurión”: incluso me gustan más que algunos de los publicados, claro que el gusto del autor nunca tiene mucha importancia. Yo elegí cada cuento por lo que significó para mí en el momento de escribirlo. “Los ritos”, por ejemplo, significó la posibilidad de seguir escribiendo la novela Crónica de un iniciado. Hay relatos que están porque yo necesito que estén. No me interesa qué se piense de una historia como “Crear una pequeña flor es trabajo de siglos”, ese cuento necesitaba publicarlo.

–Usted dice en el prólogo que en este libro hay “páginas que son como mojones; otras, como saltos al vacío”. A sus ojos ¿hay  más de unas que de otras? 

–No soy capaz de juzgar de ese modo, estadísticamente, mi propio libro. Puedo, sí, señalarte algunos de mis mojones personales: “La madre de Ernesto”, “Patrón”, “La mujer de otro”, y algunos de mis saltos al vacío: “Los ritos”, “Crear una pequeña flor es trabajo de siglos”, “La fornicación es un pájaro lúgubre”.   

–Es interesante la distinción que hace entre un “libro nuevo y un “nuevo libro”. ¿Cómo saber cuándo el orden de las palabras puede cambiar el sentido de las cosas?

–Siendo escritor, es lo primero que se sabe. Ya he dicho muchas veces que la sintaxis no pertenece a la gramática, que toda sintaxis es en el fondo una visión del mundo. No es lo mismo decir: “Ahí está María”, que “María está ahí”. En el primer caso se privilegia a María, a la mujer. En el segundo, el espacio, la distancia que hay entre María y el que la observa. Es casi un salto de la filosofía a la física. Lo raro de todo esto es que el mínimo juego de palabras “libro nuevo” o “nuevo libro” tal vez sea posible sólo en nuestro idioma.

–Al mencionar al “lector atento” usted se pregunta si “esa especie, como tantas otras, no se ha extinguido en la Argentina”. ¿Qué especies extinguidas son las que más añora?

–La de los escritores y periodistas cultos, la de los políticos honrados y desinteresados. Te doy un solo ejemplo, que abarca las dos especies. Cuando Sarmiento dejó la presidencia de nuestro país tuvo que irse a vivir a la casa de su hermana porque se había olvidado de que no tenía casa propia. No sé si me explico bien...

–Los “Cuentos Completos” que publicó en 2008 llevan como subtítulo “Los mundos reales”, un nombre que –según la dedicatoria– eligió Sylvia Iparraguirre, su compañera. ¿Quién eligió el título de  “Del mundo que conocimos”?

–Sylvia Iparraguirre, otra vez. Cuando una tarde le pregunté cómo se podría titular esta selección, me dijo: “Llamala El mundo que conocimos que es el título que querías para los cuentos completos”. Lo único que hice yo fue cambiar “el” por “del”.

–Ya no son “mundos reales”. Ahora es un solo mundo, uno que ya no está, uno que fue conocido –experimentado– por un “nosotros”. ¿Podría hablarnos de ese desplazamiento?

–Me gustaría, pero nos llevaría páginas enteras. Hay, sin embargo, por lo menos un cuento en este libro donde ese desplazamiento está expresado simbólicamente, que es la mejor manera que tiene la literatura de ficción para expresar ciertas cosas. Ese cuento es “El tiempo de Milena”. 

–¿Cómo es (o cómo era) el mundo que conocimos?

Un mundo más menos así: cantaban juntos Los Beatles, todavía no habían muerto Einstein o Thomas Mann; estaban perfectamente vivos Hermann Hesse, Borges, Mishima, Faulkner, Hemingway y Henry Miller; Jean-Paul Sartre polemizaba con Albert Camus; pintaban Bacon y Pollock, bailaba Galina Ulánova, se discutía si Marlon Brando era un fraude o era lo que efectivamente fue, un genio; uno podía llamar por teléfono a la casa de Piazzolla o verlo tomar whisky en una bañadera a Vinicius de Moraes; y por el otro lado, no menos esencial, se creía en el despertar revolucionario de los pueblos del África, en la liberación latinoamericana, en el pasaje del estalinismo totalitario al verdadero humanismo socialista; se creía que las palabras podían dar testimonio de la verdad y hasta teníamos la sospecha de que el futuro del hombre era posible. Esta sospecha, por lo menos, algunos todavía la conservan.



Eugenia Almeida

Publicado en La Voz del Interior.
26/03/2017

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